Léo Doctors’ Housing, foto cortesía de Francis Kéré para pritzkerprize.com


EL ARQUITECTO ES EL PRIMER AFRICANO EN RECIBIR UN PREMIO PRITZKER

El 22 de marzo le fue otorgado a Diébédo Francis Kéré el premio Pritzker de arquitectura, el mayor reconocimiento de la disciplina. Con el que se pretende honrar a arquitectxs cuya obra demuestre “una combinación de talento, visión y compromiso, que han producido contribuciones importantes y constantes para la humanidad y el ambiente construido a través del arte de la arquitectura”, de acuerdo con la página web del premio.

Fue particularmente notable la distinción de este año, ya que es la primera vez que se otorgó el premio a un arquitecto africano. Kéré nació en Gando, una comunidad pequeña en Burkina Faso, uno de los países más empobrecidos del continente africano. Tuvo que partir de su pueblo cuando era niño para poder continuar sus estudios; migró a Alemania y accedió a la oportunidad de estudiar arquitectura a los treinta años.

En entrevista con NPR, cuando le preguntaron por qué decidió regresar y construir en su pueblo; contestó que tuvo la suerte de crecer en una comunidad donde la supervivencia dependía del apoyo de cada miembro. Por ende, dice que cuando tuvo que irse para poder estudiar, tuvo el sueño de crear una escuela para los niños de su pueblo. Esto les permitiría quedarse ahí con sus amigos, familia, hermanos y hermanas; y al mismo tiempo permitirles acceder a la educación. 

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Esta forma de priorizar a la comunidad por encima del individuo responde a lógicas de pensamiento tradicional que son formas de resistencia activas; ante las ideas capitalistas y coloniales que invaden espacios como el de la arquitectura. Ante el contexto neoliberal en el que nos encontramos. Este medio ha pasado de ser una disciplina pensada para crear espacios eficientes, cómodos y al servicio de quienes los habitan, a una herramienta para hostigar y excluir a quienes consideran que no tienen derecho al espacio público.

Tal es el caso de la llamada “arquitectura hostil”. Se refiere a prácticas en el diseño urbano que se construyen con el propósito principal de disuadir a personas en situación de calle; de buscar refugio en bancas o recovecos alrededor de edificios; es tan agresiva esta forma de manipular el espacio público que incluso se instalan picos de metal para ahuyentar a las personas.

Este tipo de perspectivas en torno al espacio público están centradas en el consumo y la productividad; si una persona no está gastando su dinero o trabajando entonces no tiene derecho a ocupar espacio. De esta manera se va tergiversando la noción de espacio público y nuestro derechos en torno a su uso, condicionando su existencia a la noción del consumo y la privatización. Asimismo, estos mismos estándares neoliberales que valoran al individuo por encima de la comunidad, empujan a que los profesionistas se enfoquen en buscar reconocimiento y el desarrollo de su carrera.

Por ello, entre otros motivos, es tan poderoso el trabajo de Kéré; pues su obra está pensada para ser aprovechada por el colectivo. Además de valorar el poder devolver a su comunidad por encima de permanecer en Alemania y desarrollar su obra en aquel espacio. Cuando se vuelve cada vez más común pensar en la arquitectura como una herramienta más de exclusión y de violencia; volver la mirada hacia la posibilidad de servir a la comunidad de la que se forma parte resulta fundamental para pensar en otras formas de construir que estén distanciadas del crecimiento desmedido y el despojo que resulta tan fundamental al capitalismo. 

Por otra parte, el arquitecto también ha señalado la necesidad de dejar de enfocar lo occidental como única opción válida–para la escuela que diseño en su comunidad utilizó técnicas y materiales tradicionales tales como el barro; que además, están en armonía con el medio ambiente y la ecología, de acuerdo con sus propias palabras.

Este tipo de propuestas están enmarcadas bajo el concepto de la arquitectura vernácula; es decir, cada cultura construye utilizando las técnicas y materiales que han desarrollado a lo largo de su historia. Por ello, utilizan los recursos que tienen a su disposición para crear espacios adecuados al ecosistema en el que se encuentran.

Desafortunadamente, gracias al colonialismo se han impuesto tanto los estilos como los materiales de construcción europeos en el resto del mundo. No sólo se han priorizado estos, sino también tachando a la arquitectura vernácula de vulgar, de mal gusto o incluso “atrasada”. Esto tiene como consecuencia que la arquitectura no sólo sea poco adecuado para el ambiente sino que incluso resulta dañino. Por ejemplo, la cantidad de planchas de concreto existentes en la ciudad de Mérida han contribuido a elevar la temperatura. Han disminuido la calidad de vida de los habitantes. En contraste, las casas maya tradicionales, llamadas xa’anil naj, son una parte fundamental de la cosmovisión y manera de entender el mundo de las personas maya, y además, son mucho más frescas que aquellas construidas con concreto.

National Park of Mali, foto cortesía de Francis Kéré para pritzkerprize.com

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Es por ello, que las palabras y el reconocimiento del trabajo de Diébédo Francis Kéré es un referente para pensar la arquitectura fuera de la hegemonía del presente. Se requiere pensar en espacios que puedan acobijar a las comunidades. Que se vuelvan un espacio producto de las tradiciones y costumbres locales en lugar de ser espacios hostiles diseñados únicamente para el consumo o el trabajo.

Marca también la pauta para mirar hacia las formas locales de arquitectura que han sido recientemente retomadas como novedosas técnicas inventadas por la academia, cuando en realidad son prácticas tradicionales que habían estado (o están aún) en peligro de desaparecer por los prejuicios asociados a lo que difiere de la norma europea. Valorar lo que se separa de occidente es un paso importante para la sustentabilidad y la descolonización de la manera en la que se dispone el espacio público. 


  • TEXTO: Jumko Ogata

  • FOTOS: Cortesía

Fecha de Publicación:
Lunes 11/04 2022