LAS REFLEXIONES COLECTIVAS PUEDEN CONSTRUIR RESPUESTAS, AÍDA NAXHIELLY REFLEXIONA SOBRE EL MONUMENTO A LA MUJER INDÍGENA

No tengo pena en admitir que no tenía idea de quién es Pedro Reyes y lo que hace hasta hace unos días. No me da vergüenza –ya no–, decir que el acceso que he tenido al “Arte” ha sido restringido, primero porque el espacio en el que fui criada no fue la gran capital y, segundo, porque incluso viviendo ahí, poder ir a museos y recintos culturales de amplia cartelera cuesta dinero y tiempo que no siempre tengo. Y sé que mi historia es la de muchas otras personas.

Eso, en principio, me hace pensar en las limitantes que ocasionan una estructura de privilegios, también dentro del ámbito artístico, que a algunos les permite vivir con lujos mientras que a muchas otras más ni siquiera se les concede la denominación de artistas. Hablar entonces sobre el mundo del arte es, sin duda, hablar de la centralización de los espacios y discursos.

Como en muchos otros ámbitos de la vida, para acceder al mundo artístico también pesa la posición socioeconómica, la racialización y el sistema sexo/género. Tener las posibilidades de estudiar artes, hacerte de un gran estudio para trabajar y que tus creaciones estén en galerías y museos son escasas para la mayoría, como también lo es el ir a los lugares donde el “verdadero arte” es mostrado. Quizá por ello para muchas personas sí resulta significativo y necesario disputar el espacio público que ha sido negado, y encuentren en el acto de colocar un monumento a la mujer indígena otra forma de avanzar hacia el reconocimiento de poblaciones violentadas.

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Y también por eso es que las discusiones en los últimos días acerca de ese monumento trajeron a cuenta la posición social que habita un artista como Pedro Reyes, quien fuera hasta hace poco el encargado de realizar tal tarea. Creo que vale la pena no dejar de insistir en que los cuestionamientos surgidos no eran sólo a él como individuo. Es necesario pensar, en un ejercicio crítico, cómo es que la elección de su figura fue parte del mismo entramado artístico que encontramos en el país.

Porque, según palabras del seleccionado, él ha “estado trabajando la talla en piedra desde hace años y nadie más lo hace”… aunque nunca hable sobre lo poco que tiene que ver con falta de talento o interés y más con la desigualdad que se refleja también en la creación artística y los nombres que logran fama. Un ejemplo claro es que también informó que trabajaría en conjunto con personas artesanas y escultoras que habitan en pueblos originarios de Iztapalapa, Coyoacán y Chimalhuacán, pero, ¿por qué no pudieron ser ellas, por ejemplo, las encargadas directamente de todo el trabajo, incluso desde el diseño? ¿Por qué son sus nombres los nuevamente silenciados?

La decisión

Después de mucho revuelo, el 14 de septiembre hubo un evento denominado “Entrega de firmas para la descolonización del Paseo de la Reforma”. En él se informó que el gobierno de la ciudad decidió que lo mejor era dejar la tarea de la escultura en manos del Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos. Ahí estuvieron no sólo la jefa de gobierno y Jesusa Rodríguez, quien hizo la entrega de las firmas recolectadas, sino también mujeres pertenecientes a pueblos originarios y migrantes residentes en la Ciudad de México, quienes formaron parte de esa iniciativa.

Esto resulta relevante por dos motivos. Primero, porque en las noticias que hablaban del anuncio sobre quitar a Pedro Reyes, poco se dijo de ese evento y de la presencia de las compañeras de diferentes comunidades. Los medios se centraron en una carta firmada por más de 300 personas vinculadas con el mundo artístico (algunas incluso famosas) como la razón detrás de la decisión, aun cuando en ningún momento se hizo alusión a ella durante el evento oficial. En el escrito que fue reproducido en varios portales, se exigía que el escultor fuera retirado de la tarea y se estableciera “un comité curatorial conformado por mujeres artistas, gestoras y curadoras que se autoidentifiquen como miembros de naciones y pueblos originarios”.

Y no dudo de la buena voluntad de muchas personas que firmaron, pero sí me parece necesario como parte de este ejercicio de crítica al que ellas mismas invitan, no dejar de lado el hecho de que a nivel público sus nombres y sus exigencias quedaron por encima no sólo de las compañeras que estuvieron en el evento, sino de otras más que llevaban días reflexionando sobre el tema, quienes siguen sin tener oportunidades en los medios para decir abiertamente qué piensan sobre esta discusión. Esas voces y sentires, a quienes ponen en el centro en su carta, fueron nuevamente desplazados, incluso cuando no era su intención inicial. Esto nos devuelve sobre la idea de cómo, en muchos ámbitos, al final algunos nombres importan más que otros.

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Lo segundo es que días antes del evento circuló la noticia de que el cambio de estatua fue una propuesta de 5 mil mujeres indígenas que hicieron llegar sus respectivas cartas, ante lo que surgieron varios cuestionamientos sobre quiénes habían sido las firmantes. Si bien comprendo que la pregunta nació un tanto de la desconfianza hacia el discurso gubernamental por no nombrarlas, al mismo tiempo siento que la duda vino de no conocer directamente a esas mujeres y no coincidir con ellas, como si no hubiéramos miles en todo el país, y como si las posiciones políticas no pudieran ser así de diversas.

Personalmente, lo único que puedo decir es que días antes del primer anuncio sobre el monumento, supe de una invitación por parte de algunos migrantes y pueblos originarios de la ciudad a escribir una carta haciendo esa petición a Claudia Sheinbaum… aunque no se especificaba que era exclusiva para mujeres.

En el evento mencionado hubo desde compañeras nahuas de Milpa Alta hasta Na Savi de Guerrero sosteniendo que el monumento les importa a nivel de representación y reconocimiento. Las discusiones en ese sentido creo que tocará hacerlas de este lado: a quienes consideran que las deudas históricas no desaparecen en automático por instalar una escultura monumental, a quienes les importa hacer suyo el espacio que transitan por medio de estas acciones, a quienes exigen que el dinero se destine a otros fines, a quienes les importa cuestionar la representación estereotipada… a todas nos corresponde no olvidar que no hay una voz única y universal, pero que las reflexiones colectivas pueden construir respuestas.

La propuesta está hecha, sobre eso no ha habido marcha atrás. Toca entonces estar al tanto de lo que viene, saber si efectivamente se convocará a mujeres de diversos pueblos y comunidades, o si se seguirá discutiendo sólo desde las instituciones y artistas establecidos la representación de “la mujer indígena”, dándole vida a la estructura de desigualdades que permea también en eso que llamamos arte. 

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Aída Naxhielly. Mixteca criada en Huajuapan de León, Oaxaca. Integrante del Colectivo Juvenil Intercultural “Nuestras Voces” y de una organización de paisanos migrantes residentes en la CDMX. Egresada de Estudios Latinoamericanos, es tallerista y escritora.


Fecha de Publicación:
Martes 21/09 2021