PIEZAS CODICIADAS DE PRECIO ELEVADO Y NECESIDAD RELATIVA. ¿NO SON LOS VESTIDOS DE XV AÑOS UN LUJO PARA MUCHAS MEXICANAS?

En 2016 se volvió viral un video en el que Crescencio Ibarra, padre de familia, hacía pública la invitación a la fiesta de los quince años de su hija Rubí, a celebrarse en el Rancho de La Joya, en San Luis Potosí. “Todos están invitados”, afirma el señor Ibarra, y con esas palabras selló una invitación a la que -sin imaginarlo- confirmarían 1.3 millones de asistentes en Facebook y asistirían 30 mil invitados. Decenas de marcas ofrecieron patrocinios para el evento y múltiples medios de comunicación dieron seguimiento a la que muchos llaman “la fiesta más grande de quince años que haya visto el país”.

En México y varios países de Latinoamérica la celebración de las quinceañeras es un rito de paso para simbolizar la evolución de la niñez o adolescencia a la adultez. Esta tradición se ha construido desde hace cientos de años, y es un momento que se consagra con una celebración religiosa y social, rodeada de elementos que hoy ya son inherentes a esta fiesta: los chambelanes, el vals, el vestido, entre otros. A lo largo de la celebración vemos algunos rituales que simbolizan este cruce entre las dos etapas de la chica, por ejemplo, los cuatro valses que se acostumbran bailar: en el primero se presenta a la cumpleañera; en el segundo se le obsequia un juguete por última vez; en el tercero recibe su primer par de tacones; y el cuarto culmina con una coronación y baile con el padre o el padrino.

Todos los símbolos que rodean a la fiesta conforman un código que hoy representa un pequeño escape de lujo efímero para invitados y organizadores. Una noche de sueños hechos realidad donde se salta a una aristocracia de cenas de gala, de bailes con vestido largo y de limosina para llegar y salir de la fiesta. Este evento ha costado entre 50 y 200 mil pesos, pero no necesariamente a los padres ya que el financiamiento de este tipo de fiestas se da por un sistema de padrinazgos, a partir del cual allegados a la cumpleañera aportan desde el vestido y los accesorios, hasta el pastel o el mariachi. Así, la fiesta afirma de alguna manera el deseo colectivo de resaltar su prosperidad económica.

La construcción de una tradición

Al igual que muchas otras tradiciones de la cultura mexicana, la fiesta de quinceañera como la conocemos hoy es resultado del mestizaje y de tradiciones que se agregan con los años. Para los mexicas la educación de un niño de los tres a los quince años se llevaba a cabo en el seno familiar donde aprendían las «palabras de los viejos», es decir, la tradición oral de su cultura. Sin embargo, a los 15 años llegaba el momento en el que las jóvenes alcanzaban la madurez para acudir al telpochcalli, la institución educativa encargada de la enseñanza militar, artesanal o agrícola, lo cual simbolizaba uno de los primeros cambios drásticos en su vida.

Después, con la conquista, la evangelización católica hizo de este evento una ceremonia religiosa que debía celebrarse, además, con una misa en la cual la joven ofrece un ramo de flores a la virgen María para pedir su guía. Para las jóvenes mujeres este momento ahora simbolizaba la responsabilidad de adquirir nuevas habilidades en preparación para el matrimonio y la fiesta representaba un momento para ser presentada en sociedad y conocer a posibles parejas.

Ya hacia mediados del siglo XIX, con el Segundo Imperio Mexicano de Maximiliano de Habsburgo, la fiesta de quince años acogió algunas tradiciones europeas como el vals, música de origen austriaco y que en su momento fue señalada como inmoral por permitir que la pareja se tomara de las manos al bailar (y que como toda música controversial se volvió popular entre los jóvenes). Pero sobre todo lo que definió este imperio fue el estilo de vestido que hasta hoy usan las quinceañeras.

La llegada de la emperatriz Carlota en 1864 significó también el arribo de modas que difícilmente conocía la aristocracia mexicana. Como monarca, Carlota era una de las clientas frecuentes de Charles Frederick Worth, couturier inglés que definió la silueta del vestido de la mujer europea a lo largo del siglo XIX. Por lo tanto, el estilo de vestidos encorsetados, de hombros caídos y de voluminosas crinolinas resultó algo tan nuevo como codiciado para las mujeres mexicanas, y dio origen a la silueta con la que identificamos el vestido de quinceañera.

El vestido no es solo el vestido

Hoy a un siglo y medio de distancia de Carlota de Habsburgo, un recorrido rápido por la calle de República de Chile en el Centro Histórico de la Ciudad de México, nos da una idea de la silueta tradicional de quinceañera: un talle encorsetado, cubierto por piezas de pedrería bordadas, un faldón de tul que logra un pomposo volumen gracias a múltiples capas de crinolinas, en distintas variaciones de estilos y colores.

Esta industria representa ventas por 200 mil millones de pesos anuales y da empleo a un gran número de personas en la cadena de producción:textileros, cortadores, costureras, bordadoras, vendedoras, entre otros. Así, con piezas de tan alta demanda que se venden desde los 5 mil hasta los 30 mil pesos, es curioso notar que no muchos diseñadores mexicanos creen este tipo de piezas tan rentables. Quizás la excepción a esta rentabilidad sería solo este año, ya que a raíz de la pandemia y la cancelación de eventos, se considera que las ventas de la industria bajaron en un 60%.

Pero el símbolo del vestido va más allá de una pieza de lujo de alta importancia para la industria. De acuerdo con la antropóloga de la Universidad de Toulouse, Lorena Favier, la compra del vestido y de la medalla para una quinceañera representa uno de los preparativos más importantes ya que tradicionalmente esta tarea le compete a una mujer
mayor cercana a la quinceañera, cuyo papel es guiarla como mujer adulta y como transmisora de usos y costumbres de generación en generación. Por lo tanto, de alguna manera el vestido de quince años -más allá de ser un lujo por su suntuosidad- también es símbolo del logro comunitario (o familiar) de que uno de sus miembros más jóvenes haya llegado a la etapa adulta.

***

Hoy, en el contexto en el que vivimos, podría haber muchas cosas que cuestionarle a esta tradición y podríamos pensar en mejores privilegios para celebrar quince años de ser niña y mujer en México; sin embargo muchas chicas y sus familias siguen soñando con esta fiesta, muchas siguen escandalizando a sus invitados ya no con valses sino con reguetón, y muchos paisanos siguen recordando a México con esta tradición en otros países. Vestir de quinceañera es un lujo, y no solo tiene que ver con un vestido pomposo.


  • TEXTO: Natalia Silva

  • FOTOS: Vane Flores

Fecha de Publicación:
Lunes 23/11 2020