

AMÉRICA LATINA INVIERTE SOLO 0.56% DE SU PRODUCTO INTERNO BRUTO (P.I.B) EN INVESTIGACIÓN, MIENTRAS QUE PAÍSES COMO COREA DEL SUR INVIERTEN APROXIMADAMENTE UN 4.5%.
Escucho DtMF de Bad Bunny mientras arreglo mi maleta para dejar la cálida Ciudad de Guatemala y regresar al brutal invierno de Filadelfia. Mi sueño de ser científica me obligó a dejar mi hogar en busca de oportunidades, la llamada fuga de cerebros.
“Ojalá que las mías nunca se muden”, pienso al terminar la canción. Para que las niñas a quienes algún día motivé a seguir una carrera STEM no tengan que dejar todo atrás como yo, es necesario que nuestros países inviertan en el campo de la ciencia y en educación de calidad.
Del sueño estadounidense a la realidad guatemalteca de la fuga de cerebros
En mi último año de secundaria, como parte de un premio, tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos a conocer las mejores universidades del mundo. Conocer Harvard, MIT y UPenn, donde estudio actualmente, me mostró de primera mano lo que es la educación de excelencia y cómo es trabajar como científico.
Al regresar a Guatemala, la realidad fue otra. Me di cuenta de que no existían programas específicos para lo que yo quería estudiar y que mis oportunidades laborales se reducían a dos: trabajar en ciencias forenses o en el campo de la agricultura. Además que asistir a la universidad abría la posibilidad de endeudar a mi familia. Determinada a lograr mi sueño, apliqué a universidades en el extranjero con la esperanza de vivir ese sueño que había conocido recientemente.
Entre el silencio y la soledad
Con mucho esfuerzo logré alcanzar mi meta ya que se me ofreció una beca del 100% en Estados Unidos, pero poco a poco todo dejó de ser color de rosa. Comencé a enfrentarme a un entorno donde con frecuencia he sido la única Latina en el salón, y donde solo el 8% de los trabajadorxs en áreas STEM son latinxs. La soledad comenzó a invadirme y sentía que no pertenecía aquí. Aun así, me aferré a la idea de que mi esfuerzo valdría la pena, que algún día podría regresar a mi país.
Sin embargo, cuanto más avanzaba en mi camino académico, más evidente se volvía una realidad preocupante: ¿qué me esperaba en Guatemala?
La falta de inversión en ciencia y tecnología limita no solo las oportunidades laborales, sino también las aspiraciones de quienes desean desarrollarse en estos campos. De hecho, muchas jóvenes ni siquiera consideran la posibilidad de seguir carreras STEM, ya sea por miedo a la falta de oportunidades o por las barreras económicas que enfrentan.
Según un informe de la UNESCO de 2024, solo el 38% de los estudiantes en áreas STEM en Guatemala son mujeres. Aunque no se cuentan con datos exactos debido a la falta de control, las conversaciones con amigas y mentoras me han demostrado que el sentimiento es compartido: muchas de ellas también ven en la emigración la única forma de hacer valer sus estudios y su talento. Así, la fuga de cerebros se convierte en un fenómeno inevitable, impulsado por un sistema que no ofrece alternativas viables para el desarrollo profesional en ciencia y tecnología.
“Al graduarme, sé que tendré que irme del país para que mis esfuerzos hayan valido la pena. Quedarme es aceptar que no podré utilizar todo mi potencial”
Estudiante de Bioquímica y Microbiología.
Cuando la ciencia es un lujo: la inversión que nos falta
Algunos dirán que esta problemática solo afecta a quienes tienen el privilegio de estudiar en la universidad. Latinoamérica enfrenta problemas mucho más urgentes como la corrupción, la discriminación racial y de género, y las lucha por el pan diario. La lista es interminable.
Por otra parte, las prioridades de los gobiernos no tienen la ciencia en su listado. Ya sea por temas económicos o por la falta de conciencia sobre el valor de la ciencia, América Latina invierte solo 0.56% de su Producto Interno Bruto (P.I.B) en investigación, mientras que países como Corea del Sur invierte aproximadamente un 4.5%.
Ya nos acostumbramos a que países de Europa o del Hemisferio Norte brinden innovaciones y productos.
¿Entonces, por qué invertir en ciencia?
Aunque la ciencia no puede resolver todos los problemas de la región, sí puede ser una herramienta clave para el desarrollo. A través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), podemos usar la ciencia y la tecnología para crear soluciones, desde el uso de microorganismos para limpiar ríos hasta la aplicación de inteligencia artificial para facilitar el acceso a servicios de salud en idiomas Maya.
La fuga de cerebros no solo es un problema individual. Es una pérdida colectiva que afecta a nuestras comunidades, a nuestras economías y, sobre todo, al futuro de nuestras niñas y jóvenes. Si no tomamos medidas ahora para garantizar que las oportunidades en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas estén al alcance de todas, corremos el riesgo de perder el potencial de generaciones enteras que podrían cambiar el rumbo de nuestros países.
Un derecho robado
Es hora de que los gobiernos inviertan en educación de calidad, apoyen la investigación científica y creen condiciones laborales que retengan a nuestras mentes más brillantes. Pero no solo depende de ellos: a nosotrxs, quienes estamos en la diáspora, nos corresponde compartir lo aprendido, ser modelos a seguir y contribuir al desarrollo de nuestras comunidades.
Si actuamos juntos, si sumamos esfuerzos entre gobiernos, universidades, empresas y la diáspora, podemos transformar la realidad de nuestros países y crear un futuro donde nuestras jóvenes no tengan que dejar su hogar para alcanzar sus sueños. La ciencia puede ser la herramienta que impulse el progreso, pero necesitamos voluntad, inversión y acción para hacerlo realidad.
Es ahora o nunca. Es hora de invertir en el futuro que merecemos.
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