ESTA ES UNA DE LAS MANIFESTACIONES QUE ALBERTO BELTRÁN PLASMÓ SOBRE LAS CULTURAS POPULARES
En el corazón de las tradiciones mexicanas, la danza se convierte en un puente entre el pasado y el presente, entre lo sagrado y lo cotidiano. Este es el caso de La Danza de los Lobitos, una manifestación cultural que trasciende el tiempo al conectar aspectos rituales, artísticos e identitarios. Este legado ha sido capturado con maestría por el artista Alberto Beltrán, quien dedicó su vida a la preservación y difusión del arte popular mexicano.
¿Quién fue Alberto Beltrán?
Nacido en 1923, Alberto Beltrán se consolidó como uno de los mayores exponentes del arte gráfico mexicano. Desde sus inicios en la Escuela Nacional de Arte y Publicidad en 1939, y posteriormente en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, Beltrán destacó por su compromiso con el arte como herramienta de reflexión social. Su participación en el Taller de Gráfica Popular y su liderazgo en la Dirección de Arte Popular de la SEP entre 1971 y 1976 son testimonio de su labor por preservar y celebrar las tradiciones mexicanas.
Entre sus logros más destacados figuran el Premio Nacional de Artes en 1985 y múltiples galardones internacionales en grabado y carteles. Beltrán fue un puente entre la tradición y la modernidad, y sus obras, como la representación de La Danza de los Lobitos, plasman la riqueza estética y simbólica del patrimonio cultural mexicano.
Un baile entre jaguares y venados
La Danza de los Lobitos, también conocida como Danza de los Tecuanes, tiene raíces en la época colonial y refleja la lucha simbólica entre el hombre y la naturaleza. La representación incluye la caza de un tigre, que devora el ganado, y la persecución de un venado, que amenaza los cultivos. Ambos animales tienen significados profundos en la cosmovisión mesoamericana: el tigre, asociado al jaguar, simboliza la fertilidad y el agua, pero también su faceta destructiva; mientras que el venado se vincula con la agricultura.
En la comunidad de San Miguel Ajusco, un pueblo fundado en 1531 cuyo nombre náhuatl significa “lugar de flores donde brota el agua”, esta danza cobra vida en festividades que entrelazan historia, espiritualidad y celebración comunitaria. Desde la aparición del Arcángel San Miguel, patrón del pueblo, hasta las dinámicas escenográficas en el atrio de su iglesia, el espacio se transforma en un teatro ritual donde se recrea este enfrentamiento simbólico.
La obra: Tradición y técnica en diálogo
En su obra inspirada en La Danza de los Lobitos, Alberto Beltrán utilizó tinta sobre papel, logrando un estilo cercano al grabado mexicano. Con líneas simples y estilizadas, la pieza evoca el realismo social y el arte popular, priorizando la narrativa visual sobre el academicismo.
El personaje central, con un traje que simula a un felino, realiza acrobacias mientras es controlado por dos figuras campesinas a través de cuerdas. Los sombreros de paja y vestimentas sencillas resaltan el carácter rural de la escena, mientras que las cuerdas sugieren la captura y el dominio del animal. La teatralidad de la danza, con disfraces y movimientos acrobáticos, otorga un dinamismo que Beltrán logra capturar en una imagen estática pero vibrante.
Simbolismo y cosmovisión
Más allá de su aspecto visual, La Danza de los Lobitos es un reflejo de la cosmovisión mesoamericana. Según Soledad González Montes, la danza no narra los orígenes del mundo, pero sí un pasado cercano que define el orden y funcionamiento de un cosmos ya creado. Este relato se enmarca en la metáfora de la hacienda, donde el patrón, los intermediarios y los trabajadores simbolizan una relación jerárquica y de intercambio.
El náhuatl, presente en los términos como tecuani (que significa “devorador” o “fiera”), conecta las danzas con el legado de los pueblos originarios. En ellas, la lengua encuentra un refugio donde los hablantes pueden revitalizar su uso. A su vez, el consumo de alimentos al final de las festividades refuerza el ciclo de producción agrícola y la conexión entre lo humano y lo divino, haciendo del tiempo un ciclo perpetuo que se renueva con cada danza.
Humor ritual y estética en movimiento
Un elemento distintivo de La Danza de los Lobitos es su componente cómico y teatral. El “tigre” persigue a las muchachas del público en una suerte de juego que mezcla la tensión con la diversión, mientras que los diálogos ridiculizan la figura del patrón, subvirtiendo las jerarquías sociales. Este humor ritual no solo entretiene, sino que también fomenta la reflexión sobre las relaciones de poder.
La estética de la danza, con sus movimientos enérgicos y acrobáticos, captura la atención y, en palabras de Beltrán, es como un segundo congelado en el tiempo.
La representación de La Danza de los Lobitos por Alberto Beltrán no solo inmortaliza una tradición cultural, sino que también invita a reflexionar sobre las raíces identitarias de México. En su obra, el pasado, el humor popular y la complejidad de las relaciones sociales convergen en una celebración visual que trasciende el tiempo.
Como puente entre el arte y la historia, Beltrán logró transformar las tradiciones en piezas gráficas que siguen dialogando con el presente, recordándonos que el movimiento y la vida, como en la danza, son eternos.
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Texto: María Fernanda Carmona & Scarlet Montesinos
Fotos: Cortesía
Fecha de Publicación:
Miércoles 27/11 2024
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