ADEMÁS DE UNA POSTURA ESTÉTICA Y FORMAL, UN PABELLÓN PUEDE GENERAR DISCUSIONES EN TORNO AL ROL ÉTICO DE LA ARQUITECTURA.
Hace unas semanas se volvió viral la frase: “Arquis necesitamos mejores ciudades no escenografías” rayada sobre los muros blancos y rosas del pabellón Mextrópoli 2023. La construcción efímera instalada en la Plaza Tolsá buscaba replicar —y más específicamente descontextualizar— una de las obras más icónicas del arquitecto Luis Barragán.
Para ahondar en la importancia de la queja, la cual levanta un reclamo sincero sobre el valor y uso del lenguaje arquitectónico en un mundo cargado de necesidades reales y apremiantes, podríamos preguntarnos primero, ¿qué es un pabellón? Y, más importante aún, ¿para qué sirve erigir uno hoy en día?
Un pabellón, según la Enciclopedia Británica, se trata de una estructura ligera temporal o semipermanente utilizada originalmente en jardines y zonas de carácter recreativo. Más allá de su origen, un pabellón intenta dar respuesta al interés de la arquitectura por experimentar y demostrar dominio sobre materiales y técnicas. Dicho de otra manera, se trata de un ejercicio experimental que comunica (o cuestiona) los lenguajes y valores de la disciplina.
Para quienes practicamos la arquitectura, la posibilidad de diseñar y construir un pabellón es atractiva en cuanto que está libre de los constreñimientos y requisitos presentes en otros proyectos —reglamentos de construcción, necesidades de un cliente específico, entre otros—. Sin estas restricciones, el desarrollo de un pabellón puede desprenderse de la exigencia por resolver un problema y así experimentar libremente con formas, métodos constructivos y distintas configuraciones del espacio. Además, el presupuesto limitado y el carácter temporal de la obra obliga a un grado de compromiso con el lugar que supera el de muchos edificios permanentes.
Bajo estas premisas, existen concursos, festivales y comisiones alrededor del mundo que invitan a desarrollar este tipo de estructuras temporales a pequeña y mediana escala. Entre los más conocidos están el Serpentine Pavilion en Londres, que alberga una serie de eventos de la galería de arte durante el verano; Concéntrico, el festival de Arquitectura y Diseño de Logroño que, mediante instalaciones, exposiciones y otras actividades, propone reflexionar sobre el ámbito urbano y la ciudad; y el caso más cercano, Mextrópoli, el cual se desarrolla en la Ciudad de México en el marco del festival bajo el mismo nombre y que anualmente invita a:
…diseñar, construir y activar un pabellón que, inserto en la ciudad de manera temporal, logre generar, a partir de su propio discurso, una propuesta innovadora y sostenible; que permita el desarrollo de un programa público abierto y que construya un lugar para la interacción entre arquitectura y ciudadanía.
“Fuera de lugar”, el pabellón Mextrópoli de este año, diseñado por Álvaro Martín Morales Reyes, Manuel Alejandro Alemán Rocha y Rubén Aldair Bermúdez Martínez, planteaba un juego con la terraza de la casa Luis Barragán que convirtiera “un espacio privado sometido a un uso controlado, en uno público y con un uso distinto al cual está acostumbrado”, preguntándose de manera muy pertinente, ¿qué es el patrimonio de la humanidad si realmente no se puede acceder a él?
El pabellón generó otra serie de debates, sin saber si esa haya sido —o no— su intención. No precisamente sobre “la preservación intocable del patrimonio”, sino en torno a lo escenográfico de la arquitectura. Es decir, sobre el rol ético de la disciplina en la construcción de la ciudad, el hartazgo de la sociedad de las dinámicas de turistificación y espectáculo y la necesidad de transgredir el statu quo del quehacer arquitectónico.
Además, inspiró ideas y acciones contundentes por parte de los visitantes que sin la presencia del pabellón quizás no hubieran ocurrido. Por ejemplo, jugar “ahorcado” en el piso, utilizar los contrapesos para sentarse en una plaza más bien inerte, proponer un juego de frontón, y —la más clara y directa de todas— intervenir los muros con mensajes como “Sí, toma tu foto, ponle x2 y vete a casa” o “No me quedan deseos de ir a la real”.
¿El pabellón como detonante de reflexión?
Lo complejo de este tipo de proyectos, aún cuando son por encargo, es que al instalarse en el espacio público, siempre van a estar sujetos a crítica. Y ese es precisamente el punto de un pabellón: más allá de su premisa, importa la crítica y la conversación que se generan alrededor de él. Sin embargo, quiero asegurar que si lo que hoy en día se espera de este tipo de iniciativas es plantear preguntas y generar conversaciones, no es su responsabilidad responderlas.
Si el objetivo del pabellón Mextropoli es, según sus bases, provocar y atraer al público, convertir el pabellón en un espacio de referencia y aportar al evento un escenario de reflexión y discusión en torno a la arquitectura y la ciudad, podríamos afirmar, entonces, que el de este año fue un éxito. Sobre todo, fue un éxito en cuanto apareció la consigna por mejores ciudades por encima de escenografías.
Más allá del ¿para qué sirve un pabellón?, creo que la gente que visitó “Fuera de lugar” se preguntó ¿para qué debería servir la arquitectura? Celebro que el concurso esté abierto a cualquier tipo de participación, pues esto fortalece la capacidad de conversar a múltiples niveles con las personas y con el lugar, a diferencia, por ejemplo, del Serpentine Pavilion que se trata de una comisión dirigida a arquitectos ya reconocidos. Este segundo caso, como afirma el crítico Rowan Moore, supone que la arquitectura puede comerciarse como el arte y que ser un arquitecto célebre es el ingrediente más crucial para crear un gran proyecto.
Para Ellie Stathaki, editora de arquitectura en Wallpaper, los pabellones proporcionan puntos de encuentro y cobijo y deben ser, además, centros de actividad, debate y celebración que desafíen a las personas a integrarse, interactuar y acercarse a su entorno de una forma nueva.
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Es por esto que, aparte de apreciar las controversias de los días pasados, quisiera continuar con las preguntas e inquietudes para futuras ediciones de este y otros concursos. Y es que en un país con un Estado ausente, como lo es México, más allá de un tema de conversación y una escenografía que se aprecia pasivamente, un pabellón podría darnos también refugio, sombra, asiento y confort.
Podría ser una invitación a ocupar el espacio a partir de nuevos usos colectivos, a resistir su privatización e higienización y a recuperar un Centro Histórico que, citando a Angela Giglia, se quiere depurado de usos descontrolados y “poco cívicos”.
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TEXTO: Ximena Ocampo Aguilar es co-fundadora y directora de dérive lab.
Fecha de Publicación:
Martes 7/11 2023
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