EL COORDINADOR DE LA AGENDA VIH Y COLABORADOR EN INSPIRA AC, NOS COMPARTE LA IMPORTANCIA DE ESTE TEMA QUE INCUMBE A TODXS INDEPENDIENTEMENTE DE SU ORIENTACIÓN SEXUAL

Hace unos meses tuve la oportunidad de ver Buddies, la primera película en abordar el tema del sida. Se trata de un filme estadounidense de 1985 y dirigido por Arthur J. Bressan. Cuando la vi, me di cuenta que era precisamente el tipo de película que yo estaba buscando, donde lo importante no fuera la explotación cinematográfica del drama a la que Hollywood nos ha acostumbrado; sino un retrato muy realista de lo que muchos jóvenes sufrieron y padecieron viviendo con sida durante los años ochenta.

Buddies se centra en la relación de amistad de dos chicos homosexuales donde uno de ellos está hospitalizado por complicaciones derivadas del sida; mientras el otro es voluntario del hospital y cuya principal tarea es acompañar al primero en su proceso de muerte.

La amistad surge y se forja durante el acompañamiento, por lo que en la película se desarrollan diálogos donde se aprecian discusiones sobre cuestiones sociales en los que es fácil reconocer que el chico que no vive con VIH viene de un contexto familiar en el que, aunque lo han aceptado a pesar de su orientación sexual, ha crecido bajo un conjunto de valores bastante conservadores. Un contexto donde la libertad sexual se ve con mucho prejuicio y el activismo político como algo negativo; es decir, es un chico que ha crecido bajo el arquetipo de “puedes ser gay pero respétate a ti y a los demás”; “no tienes que mostrar en público tus afectos”, y donde predomina un aspiracionismo heteronormado sobre la familia, la política y el sexo.

Al final, ante el trágico fallecimiento del chico con VIH, el otro personaje lleva al máximo sus reflexiones personales sobre el estigma, la familia, la identidad sexual, la disidencia, la lucha social, el sida y la enfermedad; a tal grado que decide, como acto de amor y honor a la muerte de su más reciente amigo, salir a la calle con una cartulina para exigir al gobierno estadounidense atender la epidemia de sida y denunciar la indiferencia de la sociedad norteamericana. Por asumir que se trata de una epidemia exclusiva de homosexuales.

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Buddies (1985)

¿Qué sería de esta sociedad y de la salud pública sin la lucha seropositiva? Seguramente muchas personas ni siquiera se cuestionan esto, y si lo hacen, no reconocen la importancia que esta lucha tiene en la configuración de la libertad, el placer, los derechos humanos y el derecho a la salud que hoy en día muchas, muchos y muches gozamos.

La historia del sida es una historia de violencia. Antes de saber que era causado por el virus de inmunodeficiencia humana o VIH (esto se supo hasta 1986); por casi media década se pensó que era una enfermedad asociada a la homosexualidad. También por aquellas identidades y grupos sociales que representaban la otredad y la transgresión de una moralidad social altamente conservadora: personas trans, travestis, trabajadoras sexuales, personas que consumen sustancias, personas afrodescendientes, etc.

Pero también es una historia de violencia porque ha estado marcada no sólo por el constante rechazo y estigma de la sociedad, sino también por el abandono y la indiferencia; muchas veces por la persecución del Estado que tomó ventaja de la situación para permitir que estas poblaciones vulneradas y severamente afectadas por la epidemia, no encuentren una solución asistida por el gobierno para atender su salud y recibir atención médica.

Sin embargo, frente a esta violencia estructural y que cada día se instrumentalizaba de forma directa en la muerte de cada una de las personas; surgió también una resistencia y lucha social que demandaba no sólo la visibilización de una realidad, sino la protección de la vida y el derecho a una muerte digna.

“Silencio igual a muerte”, era el lema de Act-Up, uno de los colectivos políticos más importantes en los ochenta y noventa. A través de la protesta y las activaciones públicas comenzaron no sólo a hacer ruido, sino a empujar una agenda de VIH en la que la ciencia, la medicina y las autoridades políticas intervinieran de manera urgente para atender lo que se estaba volviendo en una crisis sanitaria que ya no se limitaba sólo a personas de la diversidad sexual, sino también el resto de la población.

Por primera vez no eran los médicos quienes lideraban la respuesta a una epidemia, era lxs mismos pacientes, “lxs enfermxs”, “lxs moribundxs”, lxs rarxs”, quienes salían a las calles, las tomaban; se sentaban en los espacios de toma de decisión y exigían las respuestas necesarias para garantizar una atención de salud; el desarrollo de medicamentos; la protección de los derechos y las libertades humanas.

La académica Bjarke Oxlund le llama a esto bio-sociabilidad, es decir, cuando un grupo de personas que comparten contextos sociales parecidos en el marco de una epidemia o una enfermedad, se organizan, se reúnen y se esfuerzan en colectividad para incidir en la política y en lo social. Abogan por sus derechos, su cuidado y su bienestar.

El activismo desde el VIH se ha forjado desde una lucha donde el silencio no tiene cabida, excepto como forma de honor y respeto de aquellxs que han fallecido para que otrxs viviésemos. Porque el silencio, en una epidemia que se aprovechó de los prejuicios y estigmas ya existentes sobre ciertas poblaciones, es cavar la tumba de unx mismx y permitir que lo poco que se ha logrado se pierda; se diluya o se desvanezca en el aire, diría Marshall Berman.

Hoy en día esta lucha no sólo se ha transformado, sino sigue ahí, latente y vigente en México y en otros países. Y se ha transformado porque pienso que no sólo se limita a la incidencia política, sino al trabajo personal y muchas veces comunitario que cada una de las personas que viven con VIH hacen en su día a día.

Símbolo del Día Mundial del Sida

Quienes viven con VIH esta lucha es algo que les atraviesa todos los días: en su cuerpo, en su sangre y en su mente. Es una lucha que a veces duele, pero en otras ocasiones a veces sana. Es una lucha que ha permitido politizar a quienes nunca creyeron estarlo; pero que también permite replantearnos hasta donde la sociedad será capaz de cuestionarse sus valores, sus prioridades y sus privilegios.

Los 40 años de esta epidemia nos han demostrado que se necesita de la empatía reflexiva de todas las personas, no sólo para acompañar a quienes ya vivimos con VIH, sino para tomar acciones y hacer las demandas y exigencias necesarias que nos lleven a la cura; a la erradicación del virus y la eliminación de los estigmas y la discriminación.

Lo que se logre ahí no sólo será un beneficio para las personas con VIH, sino para todxs; porque será un logro de la salud pública y también de la sociedad civil. No es necesario que pasen situaciones como la de Buddies, donde tienen que morir más personas para tener el valor de tomar acción. El VIH es un problema de todos, todas y todes.


Fecha de Publicación:
Lunes 31/01 2022