MUCHAS Y MUCHOS AFIRMAN INCLUSO QUE PARA DEFENDER LA LIBERTAD, ES INDISPENSABLE EL USO DE LA VIOLENCIA.

‘Ser ciudadano es un trabajo de tiempo completo’, me repetían sin cesar. La búsqueda por el reconocimiento de nuestros derechos y libertades es algo que requiere energía, estridencia (manifestaciones) y participación constante.

La amplia diversidad de luchas y las expresiones de descontento, evidencian el acceso desigual, asimétrico; a los derechos humanos básicos como la educación, la salud, el empleo o la vivienda por mencionar algunos. Resulta crucial entonces reconocer en dicha diversidad —en la otredad— una condición sine que non para la democracia y para una sociedad que aspira a ser cada vez más justa e igualitaria.

Dichas diferencias es preciso recordar, no se resuelven entre “abrazos tampoco a balazos” o entre nubes de algodón. La libertad como dice Savater, siempre será una fuente de conflicto: a veces áspera, otras más, tensa.

Muchas y muchos afirman incluso que para defender la libertad, es indispensable el uso de la violencia. Pero, ¿qué es violencia? Judith Butler (…) denuncia que los Estados y las instituciones llaman violencia a expresiones de desacuerdo político o de oposición a la autoridad. Es un hecho que, en distintos momentos, se ha calificado fácilmente de violentos, actos políticos que son protestas, manifestaciones y huelgas; incluso cuando no llevan a cabo actos de violencia física (Marta Lamas, 2020).

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Ese conflicto, esa manera de resistir a lo hegemónico, a lo que se enuncia como normal, permite imaginar y anhelar en manada, nuevas formas de vida. De ahí la importancia de reivindicar y reconquistar el papel de la calle como esfera de acción política de incontables movimientos sociales. Ese espacio común como asidero fundamental para denunciar y verbalizar públicamente los disensos en busca de concientizar a la sociedad de problemas que nos interpelan a todas y todos. La calle es, para decirlo rápido, el lugar idóneo para sacudir conciencias.

Sin embargo aunque los sistemas democráticos nos permite ser —a veces— citando a Paolo Flores d’Arcais, “herejes sin riesgo”, el Estado en incontables ocasiones ejerce un uso desmedido de la fuerza a pesar de ostentar con el monopolio legítimo de la misma. Casos atroces como Tlatelolco, Ayotzinapa o Tlatlaya en México o más recientemente los eventos acontecidos en Colombia, muestran la cara más represora de los Estados.

Ante todo, la ciudadanía se está movilizando y logra expresar su rabia —a veces también su memoria colectiva— contra políticas públicas o acciones de gobierno que no atienden a sus intereses y anhelos colectivos.

En ese ejercicio de soñar lo imposible, de transformación de la realidad siempre habrá Diseño.

Pero, ¿a qué me refiero cuando aseguro que el ejercicio de renovación es también un proyecto de Diseño? Esta disciplina, me permito recordar, pone al servicio la imaginación como actividad para soñar el porvenir: uno que aspira a ser cada más equitativo, justo e incluyente. La reconfiguración del cotidiano es sin duda el corazón del proyecto de cualquier tipo de diseñadora o diseñador. El proyectar, el imaginar como afirma el teórico Friedrich von Borris es un acto emancipatorio, liberador.

Cuando emergen objetos que alteran el orden establecido por la norma o el Estado, hay Diseño. Cuando un Estado pretende vigilar y controlar a sus sociedad, nacen objetos que lo confrontan. Hay entonces Diseño. Así Eva Nowak diseñó una joya para el rostro que engaña a los sistemas de reconocimiento facial. De esta manera, la diseñadora se posiciona políticamente frente a conceptos como la privacidad en relación a la imagen o los datos personales.

Aunque en efecto se podría argumentar se hace con el objetivo de brindar seguridad, esta puede traer consigo falta de libertad. Vigilar hoy en día, significa recolectar información, evaluarla y a partir de ella derivar posibles modos de comportamiento (von Borris, 2019).

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Al mismo tiempo, los propios ciudadanos modifican subversivamente sus objetos cotidianos ampliando así su significado y campo de acción. Dicho de otra forma, los resignifican, se apropian de ellos. En las más recientes manifestaciones de Colombia a raíz de la reforma tributaria, los paraguas cumplieron su función semántica de proteger: ya no de la lluvia, sino de la profunda represión del gobierno de Iván Duque.

Resistimos deseo insistir, junto a nuestros fieles camaradas los objetos y también en distintas ocasiones, a pesar de ellos. Otro caso ilustrativo sucedió en Estambul. Frente al gas lacrimógeno tan presente en distintas protestas, las ciudadanas y los ciudadanos manifestantes colocaron en rociadores de limpiadores domésticos leche mezclada con agua con el fin de mitigar los efectos causados por dicho gas en los ojos (Antonelli & Hunt, 2015). Una muestra de afecto y de cuidado entre conciudadanos frente a los mecanismos coercitivos del Estado. El rociador de detergente abandona su condición de auxiliar de limpieza y se convierte en un suministro médico de emergencia.

Movida en muchas ocasiones desde la precariedad o la necesidad, la ciudadania también diseña objetos DYI (do it by yourself) como la máscara de gas lacrimógeno improvisada a partir de garrafas de agua, cintas y mascarillas quirúrgicas. Es un objeto democrático en tanto pueden ser manufacturados por cualquier persona, de forma asequible.

Dicho de otro modo, los mecanismos de socialización del objeto para su confección, ponen de manifiesto la capacidad de las personas de compartir, de velar por los intereses del Otro, cuando se tienen objetivos compartidos. Finalmente, podría argumentar gracias a lo expuesto que el activismo político genera un caldo de cultivo propicio para la creatividad colectiva.

Todos los ejemplos mencionados, a través de lo creado, remodelan las lógicas de poder y de dominación existentes. Son a todas luces y sombras: objetos de la desobediencia (Victoria & Albert Museum, 2014).


Fecha de Publicación:
Miércoles 09/06 2021