A UN AÑO DE TOMAR EL CARGO DE LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA, UNA COLUMNA SOBRE EL PAPEL QUE HA TENIDO LA CULTURA EN LA 4T.

Es 27 de junio de 2018. El Estadio Azteca alberga a más de 100 mil personas. Desde días antes, se anunció que el cierre de campaña de Andrés Manuel López Obrador sería ahí. De toda la República llegaron familias completas. A las 5 de la tarde se abrieron las puertas y hasta varias horas después, niños, jóvenes, adultos y viejos sonrientes no dejan de ingresar.

El llamado #AMLOfest no tuvo costo. Quien asistiera, además de apoyar a su candidato, podría gozar del show; una peculiar selección, por cierto. Abriendo el escenario, Margarita, la diosa de la Cumbia, acrecenta el ánimo del público con su orquesta entera y un séquito de bailarines en trajes brillantes y de colores llamativos, moviendo hombros y cadera con el ombligo al aire. 

Por las 7:30 de la tarde, tras el político repertorio de un grupo de jaraneros y algunos espacios para que la gente desahogara su emoción con proclamas como “¡presidente, presidente!” o “es un honor, estar con Obrador”, una pantalla se enciende proyectando imágenes de México, con una voz en off conmovida que afirma que se pude tener un mejor país, un país donde  “la educación y la cultura sean la principal herramienta de progreso de todos”. La voz es conocida; irrumpe en el escenario, con chamarra metálica y lentes oscuros: Belinda. 

La estrella de pop juvenil sorprende con una presentación larga en la que incluye éxitos como “Muriendo lento”, “Sapito” y “México, lindo y querido”. Aunque el escenario es muy sencillo, sus cambios de vestuario (de top y capa rappera a falda tipo talavera y un entallado vestido de charra) y la energía de los bailarines, unicornios blancos, mariachis, robots y sapos con camisa de cuadros que acompañan sus canciones mantienen los coros y el entusiasmo de la multitud.

De pronto, la iluminación del estadio se apaga y una ola de gritos se deja venir como tsunami. Todo un rockstar, entre el vuelo de papelitos blancos, tiros de luz dirigidos y miles de manos queriendo alcanzarlo, aparece López Obrador caminando hacia el escenario. Su sonrisa es de victoria.

Las porras y los aplausos dejan claro que los asistentes admiran al –aún– candidato. Los 18 años de promesas de su líder los han llenado de esperanza; las cuatro horas de espera en el festival, de euforia.

Una vez que el vitoreo cesa y el candidato ha saludado a Belinda, Margarita y otros personajes de su gabinete, inicia un discurso que se extenderá por más de 50 minutos. En él reiterara el compromiso de una cuarta transformación donde se combata la corrupción, se fomente la austeridad gubernamental y se instituyan políticas más justas para todos. 

Luego de un enjundioso ¡Viva México!, se suelta una percusión discreta y la melodiosa voz de Eugenia León entona “La paloma Juarista” y despide el evento con el Himno Nacional.

Sin duda patriótico, pero también calculadamente dirigido. El cierre de campaña del candidato que prometía un cambio, pareció replicar viejas prácticas logrando un show –colorido, escandaloso y saturado– digno de un programa de Televisa o de la entrada de algún Elektra cualquier domingo. 

Durante años, como oposición al régimen, Andrés Manuel fue haciéndose de aliados. El ámbito del arte y la cultura fue uno de los que más simpatizaron con sus ideales. Un país igualitario, donde se combatiera el abuso de los grupos de poder y se diera mayor importancia a lo social que a lo comercial. Con esos objetivos en mente, sin duda, se apostaría por la cultura y el arte como herramientas de cambio. 

Pero, en este plan de país soberano, justo y pleno de bienestar ¿habría lugar para quienes ni cien por ciento neoliberales ni totalmente independientes al mercado?, ¿para esos que freelance, autoempleados y valientes han ido consolidadndo su lugar en la engañosa utopía del sector creativo? 

El desencanto, tras años de idealización, no debería de sorpender a nadie y menos cuando la ilusión es la “transformación” de un país entero. Sin embargo, a 8 meses del cambio de gobierno, las acciones del ahora presidente han desconcertado a muchos. El ámbito artístico y cultural se incendia cada tanto en lumbre de reclamos y decepciones; el sector creativo –también llamado “economía naranja”– se mantiente a la espera, mirando hacia un lado y hacia el otro, como en un partido de tennis, sin tener bien claro si su papel es de público o de pelota. 

Belinda envuelta en la bandera de México cantando reggetón podría no ser una muestra significativa de lo que vendrá a ser la política cultural de la 4T pero los dramáticos versos de Eugenia Leon “cuánta falta nos hace Benito Juárez/ para desplumar aves neoliberales”, sí parecen corresponder a las nuevas ideas alrededor del tratamiento a las industrias, entre ellas, la creativa.

Aún en campaña, en junio de 2018, Alejandra Fraustro –actualmente secretaria de Cultura– presentó el documento “El poder de la Cultura”. En poco más de 15 cuartillas, con un diseño rosa mexicano basado en los tenangos del pueblo hñähñü, se conjuntaron los principios, líneas de trabajo y temas prioritarios que el nuevo gobierno llevaría a cabo. Construir nuevos modelos de participación e interlocución de las industrias culturales y empresas creativas con otros sectores, así como estrategias de inversión, mecenazgo y estímulos fiscales, se enunciaban como propósitos claros dentro del apartado de “Economía cultural”.

En septiembre de 2018, Sergio Mayer, actor ex integrante de Garibaldi y del show Solo para mujeres, fue asignado por la bancada de Morena como presidente de la Comisión de Cultura y Cinematografía de la Cámara baja. 

El mes siguiente, tras la renuncia al cargo de Margo Glanz, AMLO propone a Paco Ignacio Taibo II como director del Fondo de Cultura Económica. A la estricta imposibilidad legal de acceder al cargo y al descontento por la inexperiencia administrativa del escritor, la cámara de diputados respondió con la reforma a la Ley Federal de las Entidades Paraestatales –habilitando la dirección de los no nacidos en México– y Taibo II con una pintoresca declaración: “se la metimos doblada, camaradas”. 

Para diciembre de ese año, Andrés Manuel toma posesión. Se anuncia la decisión de desaparecer el INADEM –Instituto Nacional del Emprendedor–, organismo que respondía a la visión empresarial de gobiernos pasados pero que, de una u otra forma, significaba una posible fuente de apoyos para quienes desde la publicidad, el diseño, la animación o la labor editorial querían formalizarse como micro, pequeña o mediana empresa.

Por esos días la residencia presidencial Los pinos se vuelve centro cultural y da la bienvenida a un “pueblo de México” ávido por resolver preguntas como si la Gaviota y Peña Nieto dormían separados o si es verdad que el personal de servicio no podía hablar en presencia del ex presidente . 

Pocos después, se desató una de las mayores olas de inconformidad. El proyecto de Plan de Egresos para 2019 fue publicado y al presupuesto asignado a la cultura –como a muchos otros– le había caído la guillotina de la austeridad.

Los 522 millones de pesos menos para la Secretaría de Cultura, significaría el recorte de recusos para instituciones como el INBA, IMCINE, Cenart, Canal 22, la Dirección General de Bibliotecas, la de Publicaciones, diversas estaciones de radio y, por supuesto, organizaciones civiles que venían funcionando con apoyos gubernamentales.

Ante la queja y el reproche generalizados, salió Alejandra Frausto a dar la cara por la 4T. Tras recordar que la dirección de la Secretaría, alineada a los objetivos del Plan Nacional de Desarrollo, es construir un programa cultural más justo, democrático y de alcance para todos, explicó que los recortes se dieron bajo la idea de combatir la duplicidad de funciones, el gasto descuidado de materiales y suministros y otras cuestiones como las rentas innecesarias, los contratos de vehículos y los privilegios de altos funcionarios. 

La explicación no convenció a nadie. El reclamo de actores, escritores, bailarines, músicos e intelectuales ha cobrado fuerza mediante hashtags y cartas que circulan en redes sociales exigiendo el respeto al ámbito cultural cada que una declaración, decreto o cancelación vuelve a revolver las aguas. 

Al tiempo, con mucho menos revuelo, Mariana Delgado, directora del Centro de Cultura Digital, lanzó el Mapa Transmedia, un instrumento desarrollado por el British Council, el Banco Interamericano de Desarrollo y la UAM Xochimilco, cuyo objetivo –según la página donde se consulta– es identificar y vincular las industrias creativas del país, presentando, además, el grado de aportación económica que éstas tienen en el país: alrededor del 7% del PIB y el quinto lugar en rango de importancia.

En febrero, el senador de Morena, Juan José Jiménez, dio a conocer el proyecto de la Ley de Fomento a las Industrias Culturales y Creativas (ICC), la cual –dijo– busca incentivar el desarrollo y crecimiento económico promoviendo la inversión en la creatividad y la cultura. 

Hay cambios sucediendo. La preocupación de quienes a través de becas han podido desarrollar y sostener su quehacer artístico se ha sumado a la angustia que la incertidumbre económica ha generado en quienes como arquitectos, editores, diseñadores o fotógrafos habían venido estabilizándose en la formalidad que la crudeza de ser “independiente” les ha permitido. 

A todo esto se ha sumado también la preocupación de quienes nunca antes habían cuestionado la operación de la Secretaría de Cultura, no saben de cuestiones fiscales, de políticas u organismos y tampoco les interesa, pero su antipatía por el nuevo gobierno los ha vuelto críticos agudos de la situación nacional.

El sector creativo parece estar pasando del ámbito comercial al ámbito cultural. La continuidad de iniciativas como la Ley ICC y el Mapa Transmedia reconoce el lugar que la economía naranja tiene dentro del país; de cualquier forma, ninguna política impactará positivamente mientras el abuso de las grandes empresas, las cada vez más constriñidas condiciones del SAT y la incertidumbre económica sigan ahorcando al creativo.

Respecto al tema de la cultura, el aspecto presupuestal es uno. Menos recursos pueden significar recortes de personal, disminución de actividades o desaparición de programas y becas. Sin embargo, todos sabemos que el despilfarro no es una práctica extraña en las instituciones gubernamentales. La reducción de gastos innecesarios, la eliminación de intermediarios y una operación más acotada podría dejar dinero para lo prioritario.

Ahora, ¿qué es lo prioritario para la 4T?

El día del #AMLOfest, Obrador insistió en que esta cuarta transformación sería pacífica, popular y radical. “Y que nadie se asuste con lo de radical, que ‘radical’ viene de raíz. Se trata de cambiar el actual régimen desde la base”, advirtió.

En el medio del arte y la cultura muchos están molestos con las acciones que el nuevo gobierno ha emprendido, pero ¿qué se esperaba de un régimen que se dice en busca de una transformación “de raíz”? ¿el ascenso de los grupos artísticos e intelectuales como las nuevas “mafias del poder”?

No. Con cierta distancia es posible vislumbrar el norte del Plan Nacional de Desarrollo. Más sencillo aún, se ha repetido en casi todos los discursos. Lo dijo Belinda, lo ha dicho Alejandra Frausto y el presidente también: una cultura –con la industria creativa como hijo recién descubierto– para todos.

Aún en contra de la opinión de muchísima gente, la 4T dice estar enfocando sus esfuerzos a sectores marginados y vulnerables. Con la subordinación de la economía creativa al ámbito de la cultura y el proyecto de iniciar programas comunitarios, descentralizar los apoyos y otras acciones –obviamente discutibles– como la venta de libros a precios que van de los 8 a los 49 pesos, el rumbo es claro.  El resultado, habrá que ver.

Es momento de preguntarnos si creemos realmente en el poder incuestionable de la cultura. Durante sexenios y sexenios hemos hablado de que el arte y la cultura son la solución a cualquier problema. Se ha defendido su función como vehículos de pacificación y su valor como reconstructores del tejido social. Miles de estudiantes de carreras como artes, letras, comunicación o arquitectura emprendieron su camino buscando abrir conciencias y generar el cambio. 

Ahora, cuando los esfuerzos del gobierno parecen perfilarse hacia los grupos vulnerables y mayoritarios de la población, todo el mundo se muestra indignado por las repercusiones que ello tiene.


A varios meses del inicio del “nuevo régimen”, los cambios nos tienen nerviosos a todos y molestos a muchos. El proyecto de la 4T, con un programa poco claro y bastante accidentado, responde a conceptos que pueden no corresponder a los que se habían venido manejando pero parece sí apuntar a una dirección. 

Mala o buena, una nueva visión de país requiere nuevos entendimientos y nuevos caminos para casi todo. La democracia, la justicia y la educación no son valores que se logren por decreto presidencial, para lograr un país distinto nos toca reflexionar y participar a todos: escritores léperos, estrellas pop, trovadores, beisbolistas, oposición y empresarios, de todos los sectores y de todas las clases, por igual.



  • TEXTO: Fernanda Escárcega

  • FOTOS: Vanessa Flores / Santiago Arau

Fecha de Publicación:
Lunes 02/12 2019