EL DIÁLOGO DEBE SER PRODUCTIVO PARA TRABAJAR EN LA RECONCILIACIÓN QUE CONDUZCA A LA ACCIÓN
El Día de la Cero Discriminación, que se conmemora cada 1° de marzo, fue establecido en 2013 por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el contexto de una campaña en favor de la discriminación cero en el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA. Una búsqueda rápida en Google sobre este día deja en claro que las entidades de corte institucional se presentan como los principales referentes en el tema: dependencias gubernamentales, organismos internacionales y programas universitarios.
Quisiera poner a discusión el uso de este concepto –cero discriminación– y las acciones que de ahí se desprenden, por parte de espacios institucionales como punto de partida para la reflexión. Porque si bien determinados organismos pueden abanderar ciertas narrativas en lo público, no debemos perder de vista que sus dichos y anuncios en internet no significan un compromiso verdadero para ponerle fin a las violencias.
Un ejemplo que me gustaría rescatar, es lo escrito por Austin Channing Brown, mujer negra que vive en Estados Unidos, y que ha trabajado dando capacitaciones y pláticas para construir otras formas de relacionarse dentro de organizaciones cristianas. En su libro “I’m Still Here: Black Dignity in a World Made for Whiteness”, nos narra experiencias relacionadas con los espacios religiosos en los que se mueve y la vivencia del racismo dentro de ellos. Experiencias que en realidad pueden ser similares a lo que ocurre en otros lugares.
Una de las cosas que señala es que aún estando en organizaciones que se decían abiertas a la diversidad y la reconciliación, que pregonaban el entender sobre violencias, los episodios de racismo seguían presentes en diferentes niveles de intensidad. Que había, además, una obsesión por los números, las cuotas: como si contratar a unas cuantas personas afrodescendientes fuera lo único que su imaginación les permitía proponer para contrarrestar el desbalance de poder. Pero sabemos que esas prácticas no son certeza de nada.
La experiencia de Channing Brown resalta también cómo, aún con capacitaciones constantes para tratar las violencias racistas, los talleres no dejan de parecer superficiales, casi como meros trámites institucionales que no terminan de lograr una verdadera transformación.
Mucha gente cree que la reconciliación se reduce al diálogo: una conferencia sobre el racismo, un seminario, un conmovedor sermón acerca de la diversidad… Pero el diálogo es productivo para trabajar en la reconciliación sólo cuando conduce a la acción, cuando invierte el poder y busca la justicia para las personas más marginadas. Desafortunadamente, la mayoría de las “conversaciones sobre reconciliación” pasan la mayor parte del tiempo enseñándole a la gente blanca sobre racismo. En demasiadas iglesias y organizaciones, escuchar sobre las heridas y el dolor de la gente de color es el fin del camino, en lugar del inicio.
Austin Chaning Brown, «I’m Still Here: Black Dignity in a World Made for Whiteness».
Algo que podemos leer de forma más o menos recurrente cuando se hace alusión al racismo o clasismo existente en el país es el argumento típico de: “eso no es tal, es discriminación”, como si eso lo hiciera menos grave o como si hubiera una desvinculación entre una y otra cosa. Me parece que esto es resultado de lo mucho que se nos ha repetido esa palabra en tantas partes con un significado tan abstracto que engloba casi que todas las violencias, por numerosas partes: en la escuela a través de libros de texto, en el espacio público con propaganda, en las plataformas digitales con pláticas, seminarios, publicaciones y un sinfín de cosas más.
Pero el error es, a mi parecer, que esto nos ha costado pensar la discriminación como actos específicos, individuales e inocentes por nacer de la “ignorancia” –“es que no tenemos capacitaciones”–, en lugar de reconocerlos como lo que son: acciones violentas que responden a estructuras históricas que se dejan de nombrar abiertamente como lo que son.
Y entonces el problema es que señalamos sólo a personas concretas de un mal actuar, sin cuestionar la manera en que se ha construido el mundo para permitir, y hasta premiar, la forma en que esas prácticas siguen replicándose una y otra vez por todos lados. Parece entonces que no importa lo mucho que ya se sepa de la palabra discriminación o hasta que se tenga, por decir algo, un Consejo Nacional para prevenirla. Esto no es una forma de justificar a nadie por sus actos violentos: no se trata de anular la responsabilidad y capacidad política de cada quien, pero es importante mirar los problemas más allá de lo individual y empezar a ver lo sistémico de las violencias.
Podemos pensar en los actos como discriminatorios –pues es una forma que ya se ha incorporado a nuestra vida–, pero no debemos olvidar que surgen por y responden a cosas que podemos nombrar en su especificidad como el sistema binario de sexo/género, el racismo, clasismo, capacitismo y otras estructuras de opresión. Las acciones no son, entonces, sólo “pura discriminación” y no deberíamos confundirnos con ello. Esto nos ayudaría a distinguir, además, que los grupos minorizados por dichas estructuras son quienes viven estos actos de manera incisiva y contundente.
Señalar la discriminación no debería significar dejar de reconocer que hay esas otras cosas –sistemas de opresión– que permiten la existencia y permanencia de dichas prácticas violentas. Y que entonces hay que cuestionarlas para acabar con lo que nos oprime.
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Uno de los grandes retos actualmente es que las luchas y demandas específicas de diferentes grupos sociales no pierdan la potencia política transformadora que impulsan. Que las palabras utilizadas para nombrar las violencias, las personas que viven esas opresiones y los discursos que se construyen para argumentar la necesidad de pensar otras formas de relacionarnos, no se vacíen de sentido, no sean simplemente utilizados por empresas, organismos, instituciones y gobiernos que se dicen preocupados y comprometidos.
Porque no basta con tener un día en el que la gente se vista de naranja, ni que se busquen capacitaciones externas, ni que haya una dependencia nacional especializada en el tema ni tampoco que haya fechas especiales establecidas por la ONU. Nada de eso es verdaderamente trascendente si quedan a un nivel discursivo, sin que se lleve a la práctica de manera más real e inmediata.
Es posible construir un mundo sin discriminaciones, sin prácticas violentas, sólo si nos comprometemos a ello más allá de lo aparente.
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TEXTO: Aída Naxhielly
Fecha de Publicación:
Martes 1/03 2022
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