LA FIESTA DE INICIACIÓN SOCIAL –COMO LA LLAMA WIKIPEDIA– DE LOS XV AÑOS SE HA NUTRIDO DE MUCHAS REFERENCIAS CULTURALES E ICONOGRÁFICAS A LO LARGO DEL TIEMPO.

Lunes 18/09 2017

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FOTOS: Cortesía
TEXTOS: Aldo Solano Rojas

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Se trata de una fiesta de presentación a la sociedad de las mujeres que han alcanzado su madurez sexual, se entrega la última muñeca, se baila un vals y se festeja comiendo, de postre un pastel.

El pastel de XV años, ya toda una tipología en la repostería nacional, tiene su origen en el pastel de boda. La fiesta de XV años, por tratarse de un banquete a manera de potlacht igual que la boda, en la que los anfitriones hacen alarde de sus capacidades económicas y sus recursos al brindarlas a su comunidad, junto con que es una festividad en torno a la feminidad alcanzada por las jovencitas, adoptó la tradición del pastel como símbolo de status.

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Para rastrear los orígenes de la iconografía de los pasteles de XV años es necesario hacer una breve revisión de los pasteles de boda: no siempre fueron construcciones arquitectónicas ni siempre fueron blancos, de hecho en un inicio se trataban de rudimentarios fruit cakes. Hacia finales del siglo XIX se empiezan a adornar con betunes blancos, empiezan a crecer en tamaño y aparecen los primeros pasteles con más de un nivel, esto, desde luego en las bodas de las clases dominantes y de la realeza.

La primera boda de alto perfil en tener un pastel color blanco fue la de la reina Victoria de Inglaterra en 1840, el blanco en el pastel buscaba hacer juego con el vestido, además de hacer alarde del alto status: en ese momento el azúcar refinada era un producto más bien incipiente y muy costoso, el mostrar un pastel blanco hacía referencia inmediata al alto presupuesto del festejo. El pastel empezó con incipientes referencias arquitectónicas, copiando la torre de una iglesia neoclásica de Londres e incluso coronado por un baldaquino y adornado con estatuas, un monumento en miniatura.

Más adelante hacia principios del siglo XX los pasteles de bodas reales se harían cada vez más y más complejos, con abiertas referencias a la arquitectura, aunque con una mayor libertad creativa y no necesariamente copias a edificios específicos. El pastel de la boda del príncipe Leopoldo duque de Albania, por ejemplo, era un rebuscado monumento circular de 5 niveles, a manera de un tholos griego de orden corintio con referencias rococó, todo coronado por un gigantesco florón que derramaba flores y guirnaldas. Tal vez uno de los mejores ejemplos de esta nueva referencialidad arquitectónica en la repostería nupcial real sea el de la boda de la reina Isabel segunda de Inglaterra de 1947; con más niveles aún, el pastel era una sucesión neogótica de cuatro niveles. Todo el pastel estaba cubierto por delicados paneles de azúcar calados a la manera de la ornamentación fitomorfa gótica, con arcos mixtilíneos y ojivales enmarcando estatuas y heráldica.

Así pues, estas fiesta de alto perfil influyeron en los festejos del resto de la sociedad: así como las novias no se casaban de color blanco si no hasta después de que la reina Victoria lo hiciera, los pasteles de bodas no eran construcciones arquitectónicas si no hasta después de que estas modas de la realeza se decantaran hacia las clases medias y bajas del resto del mundo.

En México la transmutación del pastel de boda al de XV años tiene que ver más con la idea de banquete “elegante” que con la objetualización de las mujeres. Se conserva la variedad cromática, ya que los pasteles, por lo general, obedecen al color y estilos del vestido de la quinceañera, que no necesariamente es blanco, como la nueva tradición en las bodas. La masividad de los pasteles de XV años en México, también tiene que ver con la ostentación y reafirmación de la posición social de la familia de la festejada, todo invitado deberá de tener un pedazo de pastel, por eso nos encontramos con varios pasteles de XV años hechos a partir de muchos otros pasteles.

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Los pasteles de XV años siguen haciendo referencias arquitectónicas, cada vez más diluidas a través de la decantación de las formas a lo largo de los niveles sociales, de la mano del repostero decorador y de las herramientas que moldean al merengue, sin embargo aún podemos identificar trazas de capiteles clásicos, arcos de medio punto, florones, pináculos, guirnaldas y escaleras en los brillantes colores coordinados con los vestidos, cada vez más lejanos de las referencias específicas y más cercanos al imaginario colectivo y popular de México.

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