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Pinche Chica Chic nos comparte un texto de su nueva publicación, el número 12.

 

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¿Qué diablos me voy a poner?, me pregunté cuando se acercaba mi graduación.

Vestido: sí. Largo: también. Rentado: ni loca. Nuevo: por supuesto; qué pena que me vean repitiendo.
Barato: ni que fuera yo tan fancy. Tampoco iba a mandarlo a hacer, como hicieron varias
de mis amigas, porque qué flojera ir a las pruebas semanales.

La niña fresa acabó comprando su vestido de gala en rumbos considerablemente fuera de su zona de confort. El lugar que cumplía con esos caprichos era el centro de la Ciudad de México. No las calles peatonales, sino los convulsos rumbos periféricos que limitan con la «mejor-evítala» colonia Doctores.

A simple vista no había escaparates con vestidos. Entre gente, gritos, chiflidos y camiones, dudamos mi mamá, mi tía y yo de estar en el lugar indicado. Pero preguntando se llega a Roma y también al pasaje comercial donde encontré EL vestido ideal: un corredor discreto detrás de una cortina de metal en
la planta baja de un viejo y sucio edificio, ubicado en la ajetreada avenida 20 de noviembre.

Arrepentida, creí que obvio no encontraría nada en ese pasillo encerrado, oscuro y de mala muerte donde sólo había ropa chafa, chácharas y vestidos baratos —un momento: ¿no era eso lo que quería?—. No se  puede todo en la vida.

En la tienda, ojeé los modelos y le describí a la vendedora todo lo que no quería en el
vestido: básicamente, los caprichos por los  que acabé ahí. Me respondió que no tenía tanta variedad porque ya estaba rematando lo de la temporada pasada, pero nos invitó a visitar el otro local de la misma marca, a unos metros más adelante dentro del pasaje comercial.

Mientras andábamos por el pasillo sucio pensaba cómo alguien podía tener ganas de venir de compras aquí, mientras que a mí me aumentaban cada vez más las ganas pero de irme. Noté cómo, a medida que nos alejábamos de la entrada, la luz disminuía.  No había focos. Chale, ¿adónde me vine a meter? Me hubiera conformado con el rojo que vi ayer, aunque tuviera holanes, pensé.

En el otro local sí había vestidos de la temporada de primavera. No supe qué diferencia había; eran iguales a los anteriores ya considerados demodé. A ver qué fantasías me enseñan, dudé. Sugería la vendedora: ¿Éste de encaje? No. ¿Éste con gemas? Tampoco. ¿Éste rosa? Todo menos rosa. A punto de perder la esperanza, casi como un milagro, me mostró uno negro opaco, largo, con la espalda
descubierta y una abertura en el escote. Era magnífico. Tragándome mis palabras, subí al pedestal frente a la mampara de espejos. ¡Qué bonito! Ah, ¿no lo llenas de la cadera? Aquí te lo enmendamos.

Apenas salimos a la luz del día, mi mamá me advirtió: «pero si te preguntan de dónde es, dices que es de Palacio, para no andar dando explicaciones».

 

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Lee moda con humor y buena redacción.

 



  • TEXTO: Paola Gerez Levy

  • Cortesía Pinche Chica Chic

  • ILUSTRACIONES: Linda Kocher y Phi

Fecha de Publicación:
Martes 08/05 2018