SE HABLA DE SALUD EN ESTOS TIEMPOS INCIERTOS, PERO MUY POCOS PIENSAN EN LOS ADULTOS MAYORES QUE LOS RODEAN.

Estos últimos meses he tenido mucho en mi mente a los ancianos en mi vida. Mi abuela (de más de 80 años) está muy delicada, mis padres tienen ya 60 años, tíos, tías, suegros… en este clima depresivo, los adultos mayores son de los más afectados: de salir y enfermarse, son la población con mayor riesgo de complicaciones; y de no salir, muchos de ellos se mantendrían (y se mantienen) en aislamiento casi absoluto. Con múltiples riesgos por el COVID-19, el aislamiento no solamente es una consecuencia: es necesario. Quédense en casa.

Para muchos ancianos (espero que no demasiados), este será el último año de su vida. Tal vez sea el último de mi abuela (espero realmente que no, quiero verla; en persona, en mejores condiciones). Ya de casi 90 años y tranquila con lo que ha hecho con su vida. Es algo para lo que muchos de ellos se han preparado: la gran certeza, tal vez la única. Para nosotros, un poco más jóvenes, la idea de que el último año de nuestra vida lo pasemos encerrados en medio de una pandemia resulta inconcebible, digna de una película de terror. Sin embargo, la única petición de mi abuela (desde hace algunos años), es no morir en un hospital, sino rodeada de su gente.

Esa idea de que muy ciertamente pueda ser el último año de su vida le imprime un cierto aire, ya sea de urgencia o de resignación, a su vida, y a los que estemos cercanos a ellos. Algunos de ellos juguetean, desafiantes, probando sus límites: un conocido con diabetes subió veinte kilos en cuestión de meses, privilegiando sobre todo al chocolate, con lo que pareciera un deseo voraz de muerte.

Como si fuera algo que se pudiera comer, de pastel en pastel, al grito de “¡Bruce, Bruce!”. Otro, en cambio, simplemente dejó de comer: perdió absolutamente el apetito. Lo intubaron, ya casi en sus huesos, porque se le olvidaba, como si hubiera perdido todo contacto con su cuerpo, un paso más cercano al Nirvana.

Y no me sorprendería que la repentina necesidad de salir a cada destino turístico marcado como foco rojo tenga también el mismo tipo de ímpetu y adrenalina que un deporte extremo. El extremo contrario, el miedo, es también muy latente: otro conocido, que hace un año me parecía el
hombre más sano y alegre del mundo, desarrolló una agorafobia casi absoluta.

Pero para los que viven todavía en el presente, sus mayores temas de preocupación son la salud, la soledad y la comunicación. La soledad en los adultos mayores es un tema que se viene arrastrando desde siempre: antes de la pandemia ya ocurría, y esto solo lo ha exacerbado, aún más en las ciudades.

En estos tiempos el mejor medio que tenemos para comunicarnos es a distancia, pero las personas adultas mayores tienen en general una menor destreza para cualquier medio nuevo de tecnología. Mi abuela no toca la tablet si no hay alguien que se la ponga enfrente ya con la videollamada en curso, e incluso mi padre, un ingeniero a quien yo siempre le preguntaba cosas de computación, me pide ayuda para poder ver Netflix.

También, paralelamente, los adultos mayores son mucho más propensos a creer en y difundir noticias falsas, saturando hospitales y poniendo en riesgo su salud.

Otro tema de preocupación es el abuso. El aislamiento también exacerba la dependencia de los ancianos con respecto a sus cuidadores (familiares o no), y esta en algunos casos conlleva a un mayor abuso y/o maltrato. La comunicación con nuestros adultos mayores y una libertad relativa son claves en este caso para prevenirlo o al menos disminuirlo.

A pesar del aumento de casos de depresión y ansiedad, no ha aumentado significativamente la demanda de los servicios de salud mental. Los institutos de atención, como el Instituto de Psiquiatría, cerraron
sus puertas por la pandemia, pero los servicios de emergencia continúan funcionando con el mismo flujo que antes de la pandemia.

Si lo necesitan (y ciertamente muchos de nosotros lo necesitamos), existen ciertamente servicios de apoyo en salud mental, gratuitos y de paga, a los que se puede acceder vía remota. Entre ellos, la UNAM tiene también un servicio de atención psicológica a distancia. Y frente a todo esto, los adultos mayores tienen un rayito de luz bajo el brazo: son más resilientes, para usar una palabra de moda, sobre todo aquellos que viven en comunidad.

“A diferencia de los jóvenes, que estamos muy acostumbrados a salir, su forma de adaptarse al ‘quédate en casa’ no ha sido un mayor problema”

Itzamara García Méndez, del Instituto de Psiquiatría de la UNAM.

Podría ser que los adultos mayores han vivido más experiencias traumáticas, como el terremoto del 85, han sufrido más muertes de personas cercanas, y han salido adelante. Como dice el dicho: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Y al parecer hay evidencia que lo comprueba: según diversos artículos, los ancianos son en promedio más sabios y, por ende, cuentan con más herramientas para lidiar con la
soledad. Para citar un artículo especialmente interesante:

“El componente de la sabiduría con mayor correlación inversa con la soledad es la compasión. Otra información sugiere que la compasión puede reducir la soledad y promover un mayor bienestar”

(Traducción propia)

Intriga el tema de la compasión, sobre todo de la auto-compasión (es decir, poder perdonarse uno mismo sus propios errores), y no la autoestima, como una herramienta vital para que podamos sobrellevar relativamente
cuerdos esta pandemia.

Sin embargo, no deberíamos dejarlo todo a que lo resuelvan los adultos mayores por su cuenta. La prevención es vital, y Juan Luis Murillo Cruz, psicoterapeuta con posgrado en la UNAM, nos hace las siguientes recomendaciones a los familiares:

  • 1) Cuidar tu propia salud, y quedarte en casa lo más posible.
    “Me han llegado casos justamente de jóvenes que en algún punto salieron a una fiesta, fueron a una reunión social, y se infectaron, y ellos lo transmitieron a sus papás, a sus abuelitos, y el resultado fue muy desfavorable”.
  • 2) Comunicación. Buscar momentos para compartir con las personas, sin hablar necesariamente sobre el encierro.
    “A pesar de que no es presencial, uno puede estar en contacto emocional con la otra persona, y eso hace que la otra persona se sienta visible, se sienta valorada”. Itzamara nos hace una recomendación similar: “lo importante es no perder las redes de apoyo, la comunicación con nuestros adultos mayores: una llamada de todos los días, hablar de cosas que no tengan que ver con el COVID, un programa, un libro, de nuestra vida”. Y, si se les complican las videollamadas, utilicen el medio que les sea más sencillo de utilizar a ellos.
  • 3) Ser creativos.
    “Buscar formas distintas de poder reemplazar algunas actividades que se hacían fuera de casa con otras personas. Varios de mis pacientes han comenzado a colorear mandalas, y les gusta muchísimo, porque se entretienen. Otros comenzaron a ver series, películas, la radio, leer.” Darse cariño, pues, ya que “si no tengo nada agradable en mi vida, estoy más susceptible a experimentar emociones negativas”.
  • 4) Cuidar la salud física.
    “Los adultos mayores son también muy propensos a tener enfermedades crónicas: diabetes, hipertensión, dolor. Cuando las enfermedades están descontroladas, es más alta la probabilidad de que las emociones también se descontrolen”. Los cuidados más básicos son también los más importantes: comer, beber y dormir bien, hacer ejercicio en la medida de lo posible, comunicarse regularmente con otras personas, mantenerse ocupados, etc.
  • 5) Buscar siempre la calidad de vida. Por último, cada situación con cada persona es siempre muy particular, pero debemos buscar en cada caso la calidad de vida:
    “Hay que aprender que la vejez puede ser una vejez con calidad…que no implica que ya no puedan tomar decisiones por sí mismos, no implica que ahora sean totalmente dependientes, sino que tratar a una persona adulta con independencia, con dignidad, puede ser una buena ancla de dónde sostenernos para estar procurando la salud mental”.

Lo vital aquí es que ellos mismos lo sientan como algo placentero. No es muy buena idea intentar imponerles actividades sólo porque sí, que se conviertan en una carga más para ellos. ¿Qué les gusta hacer? ¿Qué les gusta hacer con ustedes?

Líneas de atención psicológica:
Línea de vida: 800 911 2000

Atención psicológica a distancia
UNAM: 55 50 25 08 55
LOCATEL: 55 56 58 11 11


  • TEXTO: Pablo Valdes

Fecha de Publicación:
Lunes 25 /01 2021