LA NECESARIA REPARACIÓN COLECTIVA Y ACOMPAÑAMIENTO ANTE LA VIOLENCIA RACISTA EJERCIDA A LA NIÑEZ INDÍGENA.

¿Qué sucede cuando permitimos violencias racistas en la niñez indígena? A mediados de junio de este año la discusión sobre racismo volvió a los titulares de los medios. Y nos enteramos de cómo un chico sufrió una agresión por parte de otros compañeros de su secundaria; quienes le rociaron alcohol y quemaron parte de su cuerpo. La víctima, Juan, es parte del pueblo originario otomí, o ñaño, n’yúhü, hñahñu, ñatho, dependiendo la variante.

¿Cómo reconstruir la vida ante la violencia racista?

Sus padres señalaron que los episodios de acoso tenían tiempo ocurriendo. Y se debían al hecho de que su hijo es indígena, pero las autoridades escolares no actuaron de forma debida ni antes, ni durante el ataque.

La noticia, que al principio pasó casi desapercibida, consiguió hacer suficiente eco cuando despertó el enojo de muchas personas. Esto sin duda es grave, pues nos recuerda que hay muchas historias que nunca llegan a tener la misma visibilidad que aquellas que alcanzan a ser virales en las plataformas digitales.

Como parte de la indignación frente al acto, empezaron a surgir opiniones sobre “castigar como debe ser” a los dos menores que, se sostiene, dejaron de serlo en el momento en que cometieron esta violencia. También se
señaló a las familias, la profesora y las autoridades como responsables de lo acontecido.

Leer esos comentarios me dejó pensando mucho en los procesos de reparación y de reconstrucción de la vida frente a la violencia racista. Sobre todo si entendemos que estamos en un enorme sistema construido (y construyéndose) en un proceso histórico que permite la perpetuación de las desigualdades, del despojo y del odio hacia cuerpos y vidas muy específicas; me pregunto qué podemos hacer colectivamente ante la violencia racista cuando aparece frente a nuestros ojos tan claramente.

El racismo se ha visto muchas veces y es importante no perderlo de vista. No es sólo un acto personal, no sólo es algo que hace un individuo, por ejemplo, un menor de edad en Querétaro. No. El racismo es una estructura que construye diferentes niveles de nuestra cotidianidad; de todo lo que nos rodea. Está inserto en las vidas de las personas y se conjuga, además, con el capitalismo y el patriarcado. El acto racista no es un hecho aislado ni individual.

Pedir que las familias y autoridades escolares también se hagan responsables de lo acontecido resulta lógico pues se reconoce que los comportamientos son enseñados, adquiridos y permitidos… pero no sé si eso alcance a ser suficiente. Es claro que los sistemas de opresión continúan porque su reproducción sigue dándose en diferentes espacios como las escuelas, los medios de comunicación y la familia; justamente porque han sido aprendidos y reproducidos históricamente. Pero exigir que la responsabilidad se asuma una vez acontecido el hecho, sólo por las personas involucradas, no permite imaginar una exigencia más amplia que ponga un freno a esos discursos racistas; y que se dan más allá de una escuela en Querétaro.

Además, queda la pregunta sobre las formas en que se debe reparar el hecho. ¿Son la cárcel o el sufrimiento de los perpetradores las únicas opciones que podemos pensar? No olvidemos tampoco que otras voces han señalado las
cárceles como dispositivos racistas que en realidad no contribuyen a la transformación de la realidad. Condenar a las personas al aislamiento social es, después de todo, renunciar a asumirnos como colectividad que sueña con otros mundos y busca construirlos efectivamente.

Por supuesto, apelar a que pensemos en otras formas de reparación, también para los casos de violencia racista, no significa negar que quienes prendieron el fuego actuaron contra la dignidad de Juan, así como lo han hecho muchas otras personas y grupos que han ejecutado agresiones contra miles de personas y comunidades racializadas. No es una justificación. Es una invitación a preguntarnos hacia dónde caminamos, si es que podemos y queremos, para que estas acciones dejen de repetirse.

¿Una disculpa ante las violencias racistas en la niñez indígena?

Lo anterior se conecta con algo que recientemente sucedió en Canadá. Hace poco más de un año circularon por todo el mundo noticias referentes a los hallazgos de restos de niños y niñas indígenas que asistieron a los internados que administró la iglesia católica con recursos del gobierno entre 1883 y 1996. Ahí eran llevados separándolos por completo de sus familias y comunidades, buscando su asimilación forzada.

Los efectos que los internados siguen teniendo en las personas sobrevivientes y sus descendientes se han denunciado desde hace mucho tiempo, pero el impacto que generaron los descubrimientos provocó una oleada de condena internacional. Esta presión desembocó en que el papa Francisco acudiera a Canadá para ofrecer una disculpa a las naciones originarias.

¿Pedir perdón es suficiente frente a un ejercicio sistemático y extendido de violencias racistas? Dentro de los internados se buscaba arrebatar de su pertenencia comunitaria a los y las niñas, por lo que su existencia fue un genocidio cultural. Las personas sobrevivientes reportan historias de violencia psicológica, sexual, física y emocional por parte de la Iglesia y el Estado de borrar todo rasgo que les hiciera ser parte de una nación originaria. Es por ello que se señala que fue una práctica abiertamente racista y colonial.

Las noticias recordaron cómo esa violencia en contra de las niñez originaria derivó en la muerte de muchas personas de diferentes pueblos que nunca regresaron a sus casas, a su gente, a sus territorios. Es un pasado que se hace presente. Una historia dolorosa que ejemplifica lo que el racismo ha sido para la niñez y muchas comunidades y cómo han sido objeto de prácticas y políticas institucionales.

Acompañamiento, una tarea pendiente

Los casos de violencia que tienen en el centro a menores indígenas deben indignarnos lo suficiente para ponernos a re-pensar las posibilidades de actuar ante a la continuación del sistema racista, frente a las violencias que de ahí se derivan en acciones que repercuten directamente en cuerpos y vidas.

¿Es el pedir perdón suficiente? ¿O lo es el pedir perdón acompañado de reparación económica amplia y justa? ¿Y el perdón acompañado de la continua sensibilización, capacitación y formación? ¿Qué podemos hacer como comunidades, como colectivos, como personas interesadas en los casos de violencia pasados, presentes y futuros?

Acompañar a las víctimas es una tarea importante pero pendiente. Esto se debe a que la violencia racista no suele reconocerse cuando sus afectaciones no son físicas. Siempre será importante escuchar y respetar los procesos que atraviesen las personas sobrevivientes. Y ese compromiso implica, estoy segura, imaginar la posibilidad de que los procesos no tengan que ser tan punitivos; no alimentar a esa maquinaria de castigo que no transforma socialmente, y sin que se sientan vacíos.

Se vuelve un gran reto reclamar justicia, memoria y reparación colectiva sin ceder ante el deseo de aislarnos o aislar, frente a toda la violencia que existe sostenida por sistemas de opresión históricos. Porque ante lo ocurrido contra Juan, la opción “evidente” es la de castigar de manera ejemplar a dos menores de edad, dos personas que forman parte de una sociedad que, son su resultado. ¿Podemos construir más allá de eso, aun cuando nos falten todas las
respuestas?


  • TEXTO: Aída Naxhielly

Fecha de Publicación:
Martes 9/08 2022