DEL GRITO ANTISISTEMA A LA POESÍA DEL DOLOR: LO PUNK Y LO EMO EN MÉXICO NO MURIERON, MUTARON. ESTA ES SU HISTORIA, SU LEGADO Y SU FORMA ACTUAL DE RESISTIR EN TIEMPOS DE ALGORITMOS

Si cerramos los ojos, podemos ver el cemento agrietado del Chopo, los parches en las mochilas, los delineadores corridos y los peinados con muchoooo estilo. Estamos en algún punto entre 1985 y 2008. Y lo punk y lo emo en México están explotando.

El punk llegó primero, claro. A finales de los 70 y principios de los 80, la Ciudad de México ya era un hervidero. La represión del Estado post-68, la crisis económica, el desempleo y el enojo con el sistema dieron lugar al grito punk: hazlo tú mismx, aunque no tengas nada. Desde los sótanos de Neza hasta las esquinas de Insurgentes, el movimiento fue tomando forma con rabia y distorsión. Bandas como Massacre 68, Síndrome y Solución Mortal no solo tocaban, gritaban. Cada concierto era un espacio de catarsis, de protesta, de creación colectiva. El punk se volvió más que un género: era una manera de no rendirse. Mientras tanto, la estética punk crecía: crestas, estoperoles, letras anarquistas en las paredes del Metro y hasta fanzines hechos con fotocopias mal cortadas.

El emo, en cambio, entró por la vía emocional. Primero llegó de forma sigilosa en los noventa, desde el post-hardcore estadounidense, pero explotó en los dosmiles con una ola que combinaba tristeza, moda y MySpace. Pxndx, División Minúscula y Tolidos fueron referentes mexicanos, aunque el debate sobre si eran “emo de verdad” nunca terminó. Lo cierto es que el fenómeno prendió fuego en lxs adolescentes de la época. Lo emo no hablaba de cambiar el sistema, sino de sobrevivir al dolor personal, de ponerle música al silencio interior. El emo fue el diario secreto hecho canción.

Datos duros: ¿cuánta gente se identificaba con estas tribus urbanas?

Según una encuesta del INJUVE en 2008, más del 27% de lxs jóvenes encuestados en la CDMX se identificaban con una “tribu urbana”, y de esos, casi el 15% eran punks o emos.

A pesar de que muchas veces se les consideraba “nichos”, lo punk y lo emo ocuparon espacios amplios en el imaginario juvenil. Según una encuesta del Instituto de la Juventud de la Ciudad de México en 2008, más del 27% de lxs jóvenes se identificaban con una tribu urbana, y dentro de ese universo, punks y emos representaban cerca del 15%. Es decir, no eran pocos: eran miles resistiendo en sus propios códigos. ¿Y Cómo olvidar la pelea emos vs punks interrumpida por los Hare krishna, no?

Un estudio realizado por la Universidad Autónoma Metropolitana el mismo año reveló que en zonas como Iztapalapa, Neza y Tlalnepantla, existían más de 150 colectivos punk autogestivos, organizando tocadas, trueques y ferias de zines. El punk no solo era música: era infraestructura alternativa. Mientras tanto, el emo dominaba los rankings de popularidad juvenil en plataformas como Metroflog, Hi5 y los primeros años de Facebook. Aunque sus espacios eran digitales, su impacto fue real: ocupaban parques, plazas y fiestas escolares con sus playlists cargadas de tristeza y delineador.

Producciones culturales: mucho más que música y llanto

El punk en México dejó una herencia que va más allá de la música. Fue el nacimiento de toda una estética de resistencia. Desde fanzines, hasta carteles hechos con stencil y fotocopias, el punk inventó sus propios medios alternativos. Nació una gráfica popular que, a falta de recursos, usó la creatividad como herramienta principal. En espacios como el Tianguis del Chopo o el Multiforo Alicia se gestaron generaciones enteras de artistas, poetas, activistas y músicos que creían en la autogestión como modo de vida.

El emo, por su parte, se volvió un fenómeno más íntimo pero igual de potente. Su producción cultural fue silenciosa pero profunda. En blogs personales se tejía una red de confesiones, letras melancólicas, imágenes en blanco y negro y playlists que decían más que mil palabras. La estética del dolor encontró un lenguaje visual propio: flecos planchados, sombras oscuras en los ojos, cinturones de cuadros y Converse rayados con frases como “nadie me entiende”. Lo emo fue, quizás, el primer movimiento adolescente en México que se volvió viral antes de que entendiéramos qué significaba eso.

Lo punk y lo emo en 2025: ¿muertos? Nope. Evolucionaron.

En plena era de la sobreinformación, cuando todo parece digerirse en cinco segundos, lo punk y lo emo siguen aquí. No están en la superficie, pero su energía mutó y se filtró en nuevas formas.

El punk mexicano de 2025 habita en espacios híbridos. Ya no es solo el grito antisistema, sino una red de colectivos feministas, queer y antirracistas que reinterpretan la rebeldía con nuevas herramientas. Proyectos como el Zine Fest o Esporas le dan espacio a identidades disidentes que, antes, no tenían voz en la escena. Aún hay tocadas, aún hay zines, aún hay rabia. Bandas como Chingadazo de Kung Fu, las Histriónicas Hermanas Hímenez o Say Ocean canalizan esa herencia desde un sonido contemporáneo, más experimental, pero igual de furioso. Lo punk sigue siendo DIY, pero ahora también es interseccional.

Lo emo, en cambio, volvió como un fantasma con glitter. En TikTok, el hashtag #emomexicano tiene millones de visualizaciones. Lxs adolescentes (y lxs ex-emos) se ríen, se maquillan, se abrazan en la nostalgia. La estética emo regresó como parodia y homenaje. El trap emo y el sadcore mexicano (con artistas como Noa Sainz, Dromedarios Mágicos o Bratty) rescatan esa sensibilidad para cantarle al amor y a la ansiedad desde otro ritmo. El emo dejó el delineador, pero no la intensidad emocional.

¿Qué nos dicen estas tribus de lo que significa ser joven en México?

En el fondo, lo punk y lo emo no son opuestos: son respuestas distintas a la misma pregunta. ¿Qué haces cuando el mundo no te ofrece futuro? El punk grita, el emo llora. Ambos resisten. Y ambos nos recuerdan que ser joven en México no es solo vivir, sino sobrevivir con estilo propio.

En 2025, cuando todo se mide por clics y duración de pantalla, estos movimientos nos enseñan otra cosa: que no todo se monetiza, que no todo se capitaliza. Que hay emociones que no se pueden traducir en números, y rabias que no caben en un algoritmo. Lo punk y lo emo siguen vivos. Quizá no en los lugares de siempre, pero sí en cada persona que decide sentir profundamente o romper las reglas, aunque sea por unos minutos.

Y tú ¿eras emo o punk?


Fecha de Publicación:
Miércoles 11/06 2025