CONOCIMOS TRES PERSONAJES CLAVES QUE ESTÁN ASEGURÁNDOSE DE QUE LAS TRADICIONES OAXAQUEÑAS SIGAN VIVAS.

Conocimos a Celia Florián, Omar Fabián e Isaías Jiménez en Oaxaca la semana pasada. Cada uno se dedica a una arista diferente de la cultura oaxaqueña. Todos apasionados de su labor. Todos son activistas aunque no se denominan como tal. Oaxaca recientemente ha sido un ejemplo de transformación desde sus propios recursos. La innovación no se olvida de la historia y es su propia comunidad creativa la que la posiciona como un destino imperdible. En temas sociales ha sido puntero de lanza al aprobar iniciativas que promueven la igualdad.

Celia Florián

Celia es dueña, junto a su hijo Alam Méndez, del restaurante Las quince letras en Oaxaca y Pasillo de humo en la Ciudad de México. La propiedad en la que el primero se encuentra ha sido de su familia desde que llegaron a la ciudad. Con la Guerra Cristera terminó una época de cacicato y se provocó un éxodo a la capital del estado. En ese momento la familia de Celia se asentó en la ciudad. Ella forma parte del movimiento de cocineras tradicionales, una iniciativa que busca reconocer el conocimiento empírico. La cocinera no tiene porciones fijas para sus platillos, pero a través de lo que su madre le enseñó, encuentra el balance perfecto de los ingredientes para cocinar mole negro, rojo o amarillito.

Celia comenzó a invitar cocineras de distintas regiones del estado, primero para cocinar a los niños con recursos públicos, luego para compartir conocimiento, informarse e informar a los demás. Ahora se realiza anualmente el encuentro de cocineras tradicionales en el que se dan talleres y conferencias y busca ser abierto para todo público. En específico para las personas de bajos recursos que no podrían tener acceso a un evento pagado, pero que también cuentan con todo este conocimiento. 

Celia comparte todo lo que sabe con mucha pasión. La cocina y los sabores son una excusa para hablar de autosuficiencia alimentaria, del riesgo de los productos transgénicos, la importancia del cultivo de traspatio y los pequeños productores. Ahora es un glosario andante de todos los alimentos e ingredientes que se desarrollan en la región. Es clavada defensora de la cocina lenta y bien hecha.

Omar Fabián 

En San Bartolo Coyotepec, a 20 minutos de la capital, se encuentran “minas de barro negro”. No son los espacios industriales que nos parecen familiares, son hoyos profundos en el suelo en el que se hacen canales de menos de un metro de alto por los que los hombres de la región entran a sacar la arcilla. Omar no nos sabe decir hace cuantas generaciones su familia se dedica al barro negro, su papá tampoco. La familia Fabián es una de las pocas que quedan en la región que realizan esta labor.

Esa tierra que se extrae sale como una piedra blanda gris, que al remojarse se va desprendiendo. Se vuelve una masa a la que se le da forma y luego se puede hornear a 6 o 11 horas. El primer lapso de tiempo da como resultado el brillo negro característico del barro y funciona para piezas ornamentales. El de 11 horas se usa para piezas funcionales de mayor resistencia como loza, tazas o vasos.

Omar estudió diseño gráfico y le huía a la tradición familiar. Poco a poco descubrió haber heredado el talento y empezó a hacer sus propias piezas. Con ellas aplica la metodología que vio en la universidad. Boceta, digitaliza el diseño y luego pasa a los métodos tradicionales. Se ha vuelto famoso por hacer tzompantlis, piezas de calaveras alineadas. Aunque también piensa en las posibilidades que la técnica ofrece. Hace vasijas ornamentales con clavos enterrados que luego son el soporte de un tejido que cubre el barro. Hornea dos piezas, una adentro de la otra, lo que genera un interesante efecto óptico. Y recientemente, está haciendo piezas geométricas que funcionan a escalas monumentales, cubriendo muros enteros o barras para restaurantes y bares

Salimos del taller principal y nos lleva a uno que está empezando a construir cerca. Ahí tiene moldes de yeso para vaciado y mesas de trabajo largas. A partir de los diseños que realiza de forma digital, está jugando con unidades geométricas básicas para innovar el proceso con el que creció. Ya encontró como capitalizar todo su conocimiento.

Isaías Jiménez

La casa de los Jiménez está en Arrazola, Oaxaca, también cerca de la capital. Al llegar Isaías nos deja muy en claro dos puntos: la historia que nos va a contar no es suya, es la de su padre, Manuel Jiménez y lo que hacen ahí no son alebrijes, son figuras de talla de madera. El alebrije es una tradición propia de la Ciudad de México y se hacen de papel maché. Ahora sí, empieza a platicar como hace más de 80 años su papá, que conocía a los guías de Monte Albán, llevó a vender unas figuras de madera al sitio arqueológico. Al principio fue difícil venderlas, las empezó a pintar con grana cochinilla y palo de Campeche y entonces fueron un éxito entre los extranjeros. En las paredes del taller se ven imágenes de todas las revistas y periódicos que les dedicaron reportajes. Del New York Times a National Geographic, a revistas de artesanía y diseño, en su mayoría estadounidenses.

Las primeras piezas, las de tintes naturales, al ser expuestas al sol se desteñían, por eso después se pintaron con acrílico. También por una suerte de crecimiento en la capacidad de producción. Al principio no tenían recursos para pigmentos complicados, ni herramientas específicas. Manuel Jiménez falleció a mediados de la década pasada. Y con la talla de madera, él e Isaías recorrieron el mundo. Exposiciones dedicadas a artesanías en China, Canadá y hasta un museo dedicado a las figuras en Japón, han servido como reconocimiento de su labor. La familia de origen zapoteca ha creado en menos de cien años un ícono, referente de todo lo que significa el México folclórico. Primero pintadas con manchas de colores y trazos que emulan su pelaje, las tallas ahora presentan delicadísimas líneas que hacen motivos tipo mandalas.

La casa se acondicionó por el INAH como un museo recientemente. Ahí se exhiben las figuras en sus distintas etapas históricas. Entre ellas cuelga de una lámpara un peluche y un monedero, ambos representaciones industriales del proceso tradicional. La figura se hizo en Estados Unidos y el monedero en Japón. Pienso en Coco, la película de Pixar y la referencia que este trabajo tuvo para toda la dirección de arte. Isaías está felíz de que las piezas hayan recorrido el mundo y no dedica mucho tiempo a pensar en todo el proceso de apropiación, resultado del capitalismo lucrando con su oficio.

Estas tres figuras hacen de Oaxaca, desde su trinchera, un estado riquísimo. Mantienen viva la herencia familiar. Están buscando innovar desde su propio contexto y llegar a mercados amplios sin caer en la sobre explotación de sus recursos. Están haciendo el activismo que el mundo necesita y no se han dado cuenta.

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Este texto se realizó en colaboración con Aeroméxico, la aerolínea tiene 6 vuelos diarios a la capital desde Ciudad de México. Una manera muy fácil de vivir estas experiencias. 


  • TEXTO Y FOTOS: Rodrigo De Noriega

Fecha de Publicación:
Viernes 04/10 2019