Arte por Astra Lem


MARICAS BARRIALIZADAS CONTRA EL HETEROCAPITALISMO QUEER/CUIR DEL SUR GLOBAL.

Este es un texto marica; maricón; joto; jotito; jotorrón. Escrito desde Tepito, mi barrio, donde el lenguaje se tuerce entre albures y palabras extranjeras. Donde la criminalización es el pan de cada día y donde “puto” sigue siendo un sinónimo de “cobarde” y “traicionero”. Intentaremos plantear un sentir rabioso en torno a las fiestas del “pink-washing” en territorios tercermundizados, retomando lo “joto” como una categoría situada frente a lo “queer/cuir”.

¿Quién te nombró así por primera vez?

La denominación hacia mi persona como “joto”, “maricón” o “puto” constituye mi identidad sin determinarla. Del mismo modo mi ser/estar barrializade. Invocando a Iki Yos Piña: «No soy queer, soy [joto]» porque no fui yo quien se nombró “joto” o “maricón” por primera vez. Hay un régimen colonial que te hace saber quién eres para demarcar una relación de poder entre quién puede nombrar y quiénes son nombrades. Entonces, algún beneficiario del régimen heterosexual me hizo saber mi condición de “joto” incluso antes de yo poder nombrarla. Es muy probable que tampoco hayas sido tú quien por primera vez se nombró [inserte injuria local favorita]. Tal vez tuviste que reapropiarte del insulto para averiar la relación colonial que se crea cuando alguien más te nombra. 

La manera en la que la gente nos nombra guarda una relación importante con los deseos y expectativas que la sociedad imprime en nuestros cuerpos. Tiene también mucho que ver con el contexto en el que sucede ese acto de enunciar. Injurias locales como “joto”, “maricón” y ”puto” fueron palabras que crearon mundo en mi cuerpo y que lo rompieron. Y esas injurias  siguen rompiendo el mundo de muchas infancias en nuestro territorio, quizá porque antes a todes nos insultaban así, todes éramos los “maricones”, los “putos”. Quizá seguimos siendo “jotos” porque esa palabra continúa perturbando a la heterosexualidad como régimen político. L[e]s jotos del ala “J”  de la cárcel de Lecumberri hacinades de forma vertical siguen presentes en la injuria… ¿Cómo fue cuando te diste cuenta que eras “marica”?

¿Quién te nombró “joto” por primera vez? ¿Fueron los niños del salón, tu mamá? ¿Fuiste tú quien por primera vez se nombró “puto”, “lencha”, “travesti”, “joto”, “marica”? ¿O tuviste que conjurar todos esos insultos a punta de plumas, papers, poppers y poemas? ¿Alguna vez te han insultado con la palabra «cuir» [además de las terfs, claro]? Antes de continuar cabe aclarar que la palabra “cuir” hasta hace poco no significaba un insulto en un contexto latinoamericano. Sin embargo, esta se ha vuelto una palabra que movimientos de extrema derecha han incorporado a su vocabulario para referirse despectivamente a un conjunto indeterminado de identidades y posturas políticas a favor de los derechos de las personas trans. Entonces, si bien “cuir” es un insulto en torno al sexo/género, injurias locales como “joto”, “puto”, “lencha”, “travesti” y “marica” implican también procesos de racialización.

Desde el barrio: cuestionar y dudar de todo

Personalmente me he de-formado en la rabia y por eso me rehuso a hacer una genealogía sobre lo queer/cuir en Latinoamérica. Como marica nacide en un territorio barrializado de la Ciudad de México tuve que hacer de la desconfianza mi mejor amiga, mi causa. Transformarla en un mecanismo de cuidado y autopreservación para las atmósferas más turbias. Desconfiar de todo y de todes: personas, situaciones y conceptos. Sospechar de mí y de mi “ser de barrio”, de mis profesores, de sus papers y los posts en instagram. Desconfiar de terfs, antivacunas, terraplanistas, queers heteroblanques, policías, militares y jipis capitalistas.

Sospechar del marxismo, del feminismo y de las teorías que pretenden salvar a un sujeto supuestamente universal. Desconfiar de Judith Butler, pero también de los refranes que recita mi tía cuando mi primite, leído como varón, llora. Cultivar la duda para cuando llegue el momento de desertar. Producir desconfianza para cuando sea hora de zanjar. Levantar sospechas poniendo atención a las banderas deleuzianas que nos advierten que “la ética habrá de estar a la altura de lo que nos acontece”. Cuando no tenemos nada, el miedo a perderlo todo no existe.

Con la turbiedad de las aguas de junio llega el mes el orgullo, pero ¿de verdad siento orgullo? Como dice Leche de Virgen: “yo no siento orgullo, siento rabia”. Yo siento una rabia de barrio; rabia prieta; rabia naca; rabia chunda; rabia corriente; rabia racializada; rabia maricona. Siento rabia porque el orgullo está monopolizado por aquellas personas disidentes sexuales que se benefician del racismo como proyecto civilizatorio. Porque el orgullo está gestionado por empresas y Estados Nacionales que se benefician del capitalismo como régimen de producción de subjetividades hiper consumistas. Siento rabia de que les maricas barrializades seguimos siendo exotizades y discriminades en aquello que llaman “comunidad LGBT+”.

También siento rabia de que la barrialidad se haya puesto de moda pero no amar a una marica barrializada. Siento rabia de que me folkloricen para el disfrute del ojo de la blanquitud. Siento miedo de que mi experiencia doliente se vea cool en una vitrina de museo. Porque hay personas que me leen como hombre cis por estar barrializade. Siento pena porque hay hombres cis barrializados que me leen como fresa por ser maricón. Siento rabia porque me leen, siento rabia porque no me leen. Pero no siento rabia de no sentir orgullo porque ¡Nos están blanqueando! ¡Nos están exotizando! ¡Nos están visibilizando! ¡Nos están asimilando! ¡Nos están matando! 

Más allá de la rabia:

Me niego a hablar sobre lo cuir sin hablar de las relaciones de poder que atraviesan nuestros cuerpos, territorios y discursos. Las palabras se transforman constantemente en función de quién y en qué contexto se enuncian. Teorizar lo cuir desde territorios/cuerpos tercermundizados sin hablar de la cis-colonialidad del poder/saber/ser no es un posicionamiento situado. Esto implica no omitir la jerarquización entre nodos productores de conocimiento y los lugares a donde éste se exporta. Es muy importante hablar sobre cómo discursos feministas y de las disidencias sexuales han vehiculizado el imperialismo e intervención estadounidense en otros países. Hay una relación directamente proporcional entre la exportación de la guerra y chatarra epistemológica desde el norte hegemónico hacia el sur global. No podemos fingir amnesia en el mundo de la colonialidad. Entonces, a este punto, hablar de disidencia sexual, género y/o feminismo sin hablar de racismo, imperialismo, capitalismo, etc., es un discurso determinista.

Ya no recuerdo en dónde termina mi saber encarnado y dónde empieza lo que aprendí en las cátedras de feminismo y decolonialidad. Me han repetido una y otra vez que “la casa del amo no se derrumba con las herramientas del amo”, menos historizando sus conceptos. Me advierten que tergiversar el lenguaje del amo y expropiar sus herramientas es maniobrar conceptos manchados de sangre; de sangre pobre-india-prieta-negra-barrial. Ya no recuerdo la justificación de porqué me resutaba mejor posicionarme como marica en mi barrio y como barrializado entre los maricas. No sé a qué edad me di cuenta de mi barrialidad. Ya no recuerdo en qué momento retomé el insulto “marica” o “joto” para autonombrarme pero sé que lo hice para zanjar de la nomenclatura “LGBT”.

Es curioso que la expresión “nortearse” signifique perder el norte, pero que también sea un sinónimo de “perderse” o “desorientarse”. Más curioso aún que el norte siempre termine encontrándonos tratando de “darnos luz y visibilidad”. ¿Qué sería de nosotres si cada mañana al despertar nos norteáramos [perdiéramos al norte]? ¿Con qué categorías nos nombraremos cuando abandonemos el norte como horizonte político y de desarrollo? ¿Qué posibilidades surgirán de una situacionalidad profundamente marica y profundamente local? 


  • TEXTO: Raza R. Sosa Mendieta

Fecha de Publicación:
Lunes 19/06 2023