LAS MUJERES RACIALIZADAS ENFRENTAN DISCRIMINACIÓN POR LOS ESTEREOTIPOS HIPERSEXUALIZADOS EN LA CULTURA
Muchas veces he escuchado comentarios dirigidos a mí que pretenden halagarme a través de alusiones a mi etnicidad y racialización. ¡Ay pero qué mezcla tan rara! ¡Es que eres muy exótica! ¡Seguro es cierto lo que dicen de ser morena!
Ajá…
Quienes nos dirigen estos comentarios creen que nos hacen sentir bien, que realzan nuestra belleza o atractivo ante ellos (y este “ellos” suelen ser personas blancas); no obstante, en realidad son parte de dinámicas racistas violentas. Estos cumplidos están basados en expectativas y prejuicios que la persona que observa hace sobre la persona observada.
Es decir, no es un cumplido a la persona que tiene delante, sino a las ideas que tiene sobre ese grupo de personas, que están mediados por las enseñanzas racistas que nos inculcan a todxs. La mirada blanca (o blanqueada) transforma a las personas racializadas, y nos sujeta a las expectativas que se tiene de la categoría a la que deciden que pertenecemos; luego entonces, nuestra sexualidad deja de ser nuestra y se crea, engrandece o elimina de acuerdo con las miradas externas.
Esta violencia se puede expresar de forma diversa; de forma más directa está el acoso callejero, quienes se acercan a hacernos preguntas de naturaleza sexual porque asumen que nuestra corporalidad es el consentimiento a sus avances; que el color de nuestra piel, la textura de nuestro cabello, o el grosor de nuestros labios, son invitaciones a que se dirijan a nosotrxs.
También están los comentarios que nos gritan los desconocidos en la calle, las miradas lascivas en el transporte público, el acoso a través del contacto físico. Y claro, en reuniones o fiestas esta violencia puede escalar y sentimos la obligación de des-sensibilizarnos, para dejar de sentirnos como pedazos de carne que existen para satisfacer los deseos de las personas blancas.
Así como rehusarse a salir con personas de cierta “raza” es violencia racista, también lo es tener una preferencia por esas personas únicamente por pertenecer a una de estas categorías, porque asume que hay ciertas características que tendrán en común de forma inevitable. La racialización no es un monolito, pues tenemos diferentes culturas, lenguas, nacionalidades, comidas, bailes, etc. luego entonces,
¿A qué alude una persona blanca cuando dice que sólo busca a personas negras como parejas?
La fetichización racial es una consecuencia del racismo sistémico, y como mencioné anteriormente, tiene que ver con los prejuicios que se construyen sobre cada una de las supuestas “razas” y las expectativas atadas a esos prejuicios.
Estas ideas sobre las razas se perpetúan en gran medida a través de los medios masivos de comunicación (véase las representaciones de mujeres negras y asiáticas en los medios en México) ; de las series, películas e incluso en la forma en la que se retratan a las personas racializadas en las noticias. Asimismo, estas representaciones varían dependiendo del lugar de enunciación, por lo que no sólo tenemos la exotización de mujeres racializadas, sino que la racialización misma se modifica en Europa o Estados Unidos, creando la categoría amplia de “latina”. Mujeres que son leídas como blancas en América Latina son racializadas por las diferencias culturales o los acentos que tienen al hablar otra lengua, y se crean nuevos estereotipos en torno a ellas.
Basta mencionar a mujeres como Sofía Vergara, Shakira o Kali Uchis, mujeres blancas que una vez que se introdujeron a un público internacional (entiéndase angloparlante) hicieron una transformación de su imagen pública a través de la latinidad. Son mujeres cuya sexualidad en los escenarios contiene el tinte de “latinidad fogosa”, creando una doble racialización dependiendo del espacio en el que se encuentren. El problema no es que existan mujeres como ellas, sino que se asuma que todas somos como ellas; o que nuestra sexualidad es lo primero que queremos compartir en público porque es parte de nuestra “latinidad”.
Dentro de nuestros respectivos países latinoamericanos también vivimos exotización y fetichización por parte de personas blancas, por lo que es importante hablar en nuestros contextos cuáles son las formas de violencia sexual racista que vivimos y no entenderlo como algo normal o adecuado. Además, tampoco es un fenómeno nuevo, como muchos podrán argumentar, más bien, lo reciente es el acceso que tenemos, por ejemplo, las mujeres racializadas para hablar de estas violencia específica que vivimos como intersección entre la violencia racista y de género.
Mi madre y mi abuela me han contado sobre las preguntas de otrxs en torno a “la latina picosa”, sobre ser “la japonesa exótica”, y dejar de ser miradas y escuchadas por ser ellas mismas, pasaron a ser retratos de fantasía que hacían los hombres a su alrededor.
La creación misma de estos estereotipos y expectativas surgieron a partir del dominio que tenían las personas blancas sobre las historias de las personas racializadas en un contexto amplio y público. Las mujeres negras son sobresexualizadas porque los hombres buscaban justificar la violencia sexual que han ejercido hacia ellas desde que tenían la capacidad de esclavizarlas, mientras que para las mujeres blancas era una forma de justificar las infidelidades de estos mismos hombres — trasladando la culpa hacia las mujeres negras para no tener que pensar que sus maridos las engañaban, sino que eran seducidos de forma casi sobrenatural.
Este tipo de narrativas se transmitieron de generación en generación y aunque se han transformado de acuerdo con sus contextos, fundamentalmente siguen siendo historia que buscan culpar y castigarnos no sólo por tener una sexualidad distinta a la impuesta por quienes colonizaron nuestros espacios, sino por ser víctimas de la violencia sexual que los hombres blancos ejercieron (y siguen ejerciendo) en nuestra contra. Es nuestra culpa por ser tan “exóticas”, por la forma de nuestro cuerpo, por la forma en la que siempre hemos bailado, por no limarnos y reducirnos para no ser amenazas para el orden racista, que dice que nuestro valor se encuentra en nuestra imagen, no en nuestra voz.
Parte de la lucha antirracista también es para nosotras reclamar nuestra sexualidad y plantarnos frente a esta exotización, fetichización, y finalmente, la reducción de nuestra personalidad a estereotipos hipersexuales por la racialización de nuestros cuerpos. Este acto de reclamar no tiene una forma única de llevarse a cabo, implica enfrentarse a las narrativas externas que se imponen sobre nosotras para narrarnos y entendernos y compartirnos en nuestros propios términos, y liberarnos de las expectativas racistas que tienen de nosotras.
En este sentido, nos corresponde sólo a nosotras mismas definir cómo definirnos, plantarnos y decir: No soy tu morena de fuego.
Compartir artículo
TEXTO: Jumko Ogata
Fecha de Publicación:
Viernes 26/02 2021
if( have_rows('efn-photos') ) { ?>