Violencia la otra pandemia

POCAS ACTIVIDADES EN EL MUNDO SON TAN OMNIPRESENTES COMO EL DISEÑO.

Voltea. Ahí están. Junto a ti y junto a mi. Los usas en este preciso momento. Desde temprano, los objetos nos acompañan y gracias a ellos, realizamos infinidad de acciones: entablamos comunicación con nuestros seres queridos o gozamos de mejor salud, ya se a través de la informática o la medicina aplicada, por citar sólo dos ejemplos.

Aunque innegable que el Diseño ha mejorado nuestra vida en sociedad la disciplina tiene, como el Jano bifronte, otra cara: una más ominosa y perniciosa. Nacemos y crecemos entre objetos pero también, muchas veces, nos puede matar un diseño: desde una arma portátil hasta una base de maquillaje que ignora ciertos colores de piel de quienes la adquieren, el Diseño puede generar grados de violencia en forma de discriminación, aniquilación, control e incluso invisibilización.

Multicultural Crayons

Recientemente, en la plataforma AJ+, un estudiante de medicina reseñó como el oxímetro de pulso, un objeto crucial en la pandemia de COVID-19, presenta prejuicios o sesgos raciales. Los usuarios negros, asevera el futuro médico, tienen hasta 3 veces más probabilidad de presentar niveles de saturación de oxígeno inexactos o sobreestimados en comparación con los usuarios blancos.

La razón estriba en cómo, debido a las distintas pigmentaciones, la piel absorbe de manera distinta las longitudes de onda de la luz que emite el objeto. Los investigadores de la Universidad de Michigan reconocen la necesidad de comprender y corregir los prejuicios raciales en la tecnología médica y por supuesto, en los oxímetros.

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En este sentido, parece fundamental recordar lo que afirma Friedrich von Borries en su libro ‘Proyectar mundos’: “el Diseño es político en tanto que se encarga, literalmente, de la hechura del mundo. En otras palabras, posibilita y al mismo tiempo condiciona las acciones que podemos llevar a cabo.” El Diseño, junto a sus camaradas los objetos, lleva tras de sí una dicotomía indisociable: al mismo tiempo que libera, nos puede someter; al mismo tiempo que empodera, suprime libertades.

El Diseño que somete, asegura Von Borries confirma las relaciones de dominación y poder existentes, manifestándolas funcional y estéticamente.

Los anteriores argumentos se pueden contrastar con nuestra realidad. Ejemplos sobran. Piensa en un objeto de uso cotidiano y ordinario que ayuda al tratamiento de heridas superficiales: piensa en un curita, en el más asequible y común, en ese cuyo color, seguramente, es beige rosáceo. Ese objeto posee un color piel –así autodescribe su tono– que intenta pasar inadvertido al cubrir nuestras heridas; sin embargo, el color de ese objeto no corresponde al de todos. Se ha decidido en función de la norma, a partir de la pigmentación de la tez del grupo de poder: el blanco.

Ciertamente ayuda a cerrar heridas leves pero abre unas nuevas más perniciosas, de mayor tamaño y profundidad: las de la discriminación y las del racismo, las de la pigmentocracia y el desprecio.

Ambos, los objetos y nosotros, participamos en la generación de violencia, de discriminación legitimando y perpetuando asimetrías. Los objetos, puedo decir, son las sombras de nuestras acciones, de lo que somos y pensamos como sociedad.

Violencia y la Ciudad de México

Observemos de cerca a nuestro el valle de México, repleto y rebosante por sus bordes: aglomera casi 9 millones de seres humanos. La urbe exige un caminar acelerado, uno que provoque modernidad y progreso, aunque con ello también se consiga desigualdad: a los Otros quizá le resulta complejo pagar, mes con mes, la renta de su casa; el Otro, no ha tenido la oportunidad de estudiar; los Otros no han ingerido alimento en lo que va del día. Las disparidades sociales se acrecientan y se remarcan sobre las urbes.

Esa ciudad está diseñada y constituida para el ciudadano ejemplar y de primera: aquel que pague impuestos, maneje un carro o compre durante el buen fin. En fin, para aquellos que hagan operar el sistema feroz y galopante. En la cuidad no cabe alguien que no sea normal. Las ciudades, junto al sistema, han provocado y legitimado ciudadanos de primera y de segunda.

¿Por qué en la Condesa, Roma y Centro Histórico existen sistemas de transporte público como el de bicicletas compartidas Ecobici, mientras que en delegaciones como Iztapalapa y Tláhuac operan bicitaxis controlados por el crimen organizado? Basta mirar a estos dos sistemas de transporte para notar profundas disparidades sociales y económicas, asentadas y acentuadas por la cultura material dentro de nuestra ciudad.

Los objetos y servicios se vuelven marcadores de condiciones sociales, culturales y económicas.

El espacio público, no resulta tan público o democrático como debería: heterogéneo, diverso, complejo, distinto. En él se privilegia una sola mirada. Sobre sus calles, parques, banquetas, transporte público, únicamente han de transitar, habitar, circular los que nos parecen, a juicio nuestro, normales. Piensa por un momento en los ambulantes, seres que para muchos son despreciables, pues inundan y roban el espacio público uno que, insisto, no resulta tan público como la definición supondría. La ciudad, de forma hostil, genera mobiliario urbano para impedir su instalación; lo mismo usa bloques de concreto o incluso jardineras. Sin embargo las terrazas de los grandes restaurantes nos parecen deseables, correctas.

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Mientras escribo estas líneas una iniciativa restaurantera denominada ‘Abrir o morir’ pretende regresar a operaciones el lunes 11 de enero del 2021, mientras la CDMX registra su mayor ocupación hospitalaria desde que comenzó la pandemia a causa de la COVID-19. El comercio informal, argumentan los restauranteros de esta iniciativa, es un foco de contagio mientras los restaurantes que generan empleo formal, presentan medidas de higiene. Para ellos la culpa de muchos contagios son los cientos de trabajadores que se instalan en las esquinas. Mientras tanto, los comensales y restauranteros de otro tipo, sólo pretenden reactivar la economía.

Ingenuamente llegue a pensar en esta crisis como aquella que cimentaría entre nosotros el sentido de comunidad. No puede estar más equivocado.

Considerando que existen grandes problemáticas sociales que afrontamos día a día como son la discriminación; la intolerancia a diferencias raciales y sociales; la falta de solidaridad entre las personas; así como la falta de respeto a las normas implícitas y explícitas que conducen a una buena convivencia social, es pertinente abordar el tema de los valores en la disciplina del Diseño. En otras palabras tener un diseño con perspectiva de otredad, término que he acuñado junto a la diseñadora Ana Luz Chamú para englobar a un Diseño que piense en las minorías, en aquellos grupos
desfavorecidos producto de discriminaciones estructurales y cotidianas, así como de otro tipo de violencias.

De una u otra forma, a gran o pequeña escala, la otra epidemia a la que también debemos hacer frente es a la violencia, pues nos convierte en seres intolerantes, racistas e indiferentes.


  • TEXTO: Ramses Viazcán

Fecha de Publicación:
Martes 12 /01 2021