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DISEÑADORES DEL FUTURO; RELACIONES HISTÓRICAS ENTRE DISEÑADOR, ARTESANO Y OTROS PERSONAJES DE ACCIÓN.

A los diseñadores del futuro…

Una revista de finales de la década de 1960 llamada Diseño, sugerencias para vivir mejor, tenía una sección, constante y profusa llamada “Los futuros diseñadores” encargada de promocionar a los recién egresados de las primeras generaciones de las carreras de diseño industrial en la Universidad Iberoamericana, la Universidad Nacional Autónoma de México y, aunque más tardíamente, del Instituto Politécnico Nacional. Los ejercicios presentados por estos jóvenes diseñadores del futuro eran ambiciosos, novedosos y sobre todo inocentes: unos zapatos para caminar en el agua, mobiliario urbano infantil monumental hecho de acrílico o ganchos para la ropa inflables.

La presencia de esta columna a finales de los 60 y principios de los 70 nos habla de que por primera vez el país estaba produciendo diseñadores profesionales, formados universitariamente en un momento en el que ser estudiante estaba siendo atacado y estigmatizado sistemáticamente por el gobierno. Esto no quiere decir que antes de estas primeras generaciones universitarias no haya habido diseñadores, estos en su gran mayoría formados como arquitectos que, ejerciendo o no su profesión, se dedicaron muy fructíferamente al diseño de materiales, mobiliario e interiores. Así mismo no dice que estos diseñadores del futuro tenían frente a ellos un panorama aparentemente virgen, un lienzo vacío en el cual sus propuestas serían los trazos de una composición nunca antes vista.

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Pero, ¿qué pasó con estos diseñadores del futuro? ¿Cómo devino el panorama del diseño en las décadas posteriores? Y sobre todo ¿Qué hacía que su diseño fuera novedoso? Es aquí en donde podemos trazar constantes en la historia del diseño de nuestro país, sobre todo a partir de las aspiraciones de estudiantes y recién egresados de las carreras de diseño del país.

Las casas de estudio y los egresados

Es algo ya común a finales de los 60 y hasta nuestros días que el recién egresado de las carreras de diseño industrial invierte su entusiasmo, tiempo y dinero en la creación de un prototipo, estos prototipos –muchas veces obedeciendo a las aspiraciones del nuevo diseñador que carga una necesidad casi desesperada de actualización del diseño mexicano con el internacional– insertos en las tendencias mundiales son hechos (la gran mayoría de las veces) por artesanos o talleres locales, los cuales, por la necesidad del diseñador, muchas veces tienen que modificar técnicas, apresurar tiempo de producción y castigar sus ganancias.

El resultado, por lo general, es un agradable diseño que semeja un objeto susceptible a la producción industrial, y aparenta una modularidad reproducible masivamente. Por otro lado la inversión por parte del joven diseñador hace que el precio al público sea inalcanzable, algo difícilmente vendible que sólo perjudicó al autor y al productor, más aún cuando el mercado es virtualmente inexistente.

Cada año vemos decenas de prototipos hechos por jóvenes diseñadores que son producciones artesanales travestidas de objetos producidos masiva e industrialmente. No hay que culpar a los diseñadores, ellos sólo están tratando de actualizar el panorama del diseño mexicano, poniendo en marcha lo que se les enseñó en la escuela, tanto en técnicas como en tendencias. El culpable (si es que hay uno) es la universidad y la ausencia de una materia de historia del diseño en las carreras de esta disciplina.

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En la historia están las respuestas y las soluciones, tanto al abuso hacia los artesanos como a las frustraciones del diseñador y la ausencia el mercado. En el siglo XX la muy incipiente industrialización del país estaba asumida y formaba parte de la cultura general de los mexicanos, incluyendo a los más célebres y prolíficos arquitectos y diseñadores que trabajaban desde la concepción de edificios y muebles, teniendo en cuenta los alcances de artesanos, ebanistas, alarifes. Incluso en el caso de muebles producidos a gran volumen, se tomó en cuenta la capacidad y ritmo de los talleres.

Diseñadores del futuro mexicanos

Un buen ejemplo es el de Ricardo Legorreta, quien en 1972 diseñó una colección de muebles para los hoteles Camino Real, todos producidos por el mismo taller, artesanos experimentados en el uso de la madera y la palma tejida. El diseño del arquitecto Legorreta es una reconfiguración moderna de la silla de palos. Más allá del discurso regionalista, el arquitecto utilizó una fuerza artesanal para producir grandes volúmenes de muebles. Un diseño que fue amigable con las capacidades de los artesanos, utilizando materiales y técnicas locales y creando un diseño tal vez más universal que cualquier mueble con influencia escandinava. La colección Vallarta es apenas un primer ejemplo del diálogo entre diseñador, productor y capacidades locales. Hay que anotar que estos diseños fueron en un inicio para hoteles de grandes volúmenes, no obstante Legorreta siguió utilizando esta colección para muchos otros de sus proyectos.

Determinada por la condición pre industrializada de nuestro país, muchos arquitectos supieron utilizar los recursos disponibles con una carga responsable y hasta emotiva. Antonio Attolini Lack, por ejemplo, utilizaba los artesanos locales de cada barrio o colonia en donde estaba planeando una casa, así, se beneficiaba el rumbo en donde el arquitecto estaba trabajando. Otro ejemplo cercano es el de Óscar Hagerman, quien utilizó artesanos mexicanos de talleres tradicionales quienes posteriormente se apropiaron de su diseño, con lo que el diseñador estuvo de acuerdo, casi en una acción de cooperación mutua entre diseñador y productor.

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Por más ejemplos que tengamos de destellos de una industria nacional (DM Nacional, Domus, IRGSA, Malinche, Muebles Briones, J.M. Romo, Dessa, Ánfora, Termocrisa, etc.) el artesano siempre ha estado presente, hombro a hombro con las producciones industriales e incluso, produciendo a volúmenes masivos objetos artesanales, claro que durante el siglo XX buscando, junto con el diseñador, una identidad nacional que respondiera responsablemente a todos los procesos de producción.

Masificación

Hay que ser contundentes: durante la modernidad mexicana el diseño artesanal no significó producción a baja escala, al contrario. Se lograron volúmenes masivos con producciones artesanales semi industriales, esto gracias a la existencia de un mercado nacional, a la ampliación de infraestructura y a la responsabilidad de los diseñadores, que no sometían a los artesanos a diseños imposibles y pretenciosos, sino que más bien estaban dando un paso hacia adelante desde el contexto mexicano, tratando de avanzar dentro de la identidad nacional y participando de la historia.

Así pues, la mundialización de las ideas y formas ha hecho que veamos más atractivo lo genérico, una trampa mediática que no nos deja ver la gran tragedia que significa tener un restaurante que se vea igual aquí que en Brooklyn o en Sevilla. El siglo XXI nos ha uniformado por dentro, por fuera y hasta los mismos entornos que producimos, esto conlleva una desesperación de los diseñadores del sur global que quieren (con buenas intenciones) actualizar a su país respecto al mundo occidental industrializado. Esto, como se ha mencionado, mancilla las relaciones históricas entre diseñador, artesano y métodos de producción.

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He ahí una de las secuelas de la entrada al neoliberalismo de nuestro país en 1988, tenemos incrustado en nuestras mentes que producir más es mejor, producir por producir; tal vez los diseñadores jóvenes piensen que si no es producido masivamente, con las mejores ganancias, en el menor tiempo posible y pagando lo menos al productor no es un diseño exitoso. Esto, por más obvio que parezca no es verdad. Estamos en un momento de la historia de nuestra sociedad y del planeta entero en el que es más que urgente cuestionar la idea de productividad y tomar en cuenta todos los factores antes de emitir un diseño. Incluso habría que cuestionarnos la necesidad de seguir produciendo (cosas, diseños, problemas).

Soluciones

Habría que retomar las ideas modernas de los países en vías de desarrollo como el nuestro. El siglo XX pudo haber tenido todos los problemas, pero no se puede negar que dentro del optimismo de la modernidad existía una inclusión de la tradición, por lo menos en México, que supo reformular sus formas arquetípicas considerando a un importante artífice dentro del proceso del diseño: el artesano.

Las respuestas están en la historia y los diseñadores del futuro deben de mirar a la historia del diseño en México (diseño industrial y artesanal) como una fuente de soluciones, una línea ininterrumpida llena de buenas intenciones y muchos momentos afortunados.

Para conocer más del autor consulta su cuenta de Instagram @aldosolanorojas.


  • Fotos: Cortesía

  • Texto: Aldo Solano Rojas

Fecha de Publicación:
/01 2019