La evolutiva representación de la mujer desde el ojo de la literatura
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LA LITERATURA ES UN FIEL REFLEJO DEL ENTORNO SOCIAL Y CULTURAL QUE NOS RODEA
La literatura, fiel reflejo del entorno social y cultural que nos rodea, ha sido testigo de los cambios en el papel de la mujer a través de los años. Su registro evidencia el avance en la superación de estereotipos y la exploración de las complejas vivencias de mujeres alrededor del mundo. Dicho de otro modo, la literatura manifiesta las “percepciones cambiantes de la sociedad en torno a la lucha constante por la igualdad de género” (Innovación Educativa, 2023).
Un claro ejemplo de este fenómeno se puede ver reflejado en el caso de Sibilla Aleramo y su novela Una mujer, la cual enfrentó numerosos rechazos de distintos editores en Milán, ya que se le consideraba una historia “demasiado aburrida”. Esto no solo evidenció la resistencia a abordar este tipo de historias, sino que también demostró ser una percepción equivocada, pues la obra ha sido reconocida y aclamada desde su publicación en 1906.
Para quienes somos amantes de la lectura diversa, no es sorprendente descubrir que, en la mayoría de los escritos clásicos, las mujeres eran retratadas de forma negativa, llamándolas malvadas, desalmadas, mentirosas, locas, y hasta prostitutas. Por lo tanto, para los autores hombres, la idea de convertirlas sumisas e inocentes correspondía con las únicas cualidades que, a sus ojos, las mujeres podían ofrecer.
Se observa este sesgo en La Fierecilla Domada de Shakespeare, una obra escrita por un hombre. El objetivo de la obra es domesticar a Katherina Minola para convertirla en una esposa sumisa y obediente para Petruchio. Para lograrlo, la privan de toda autonomía y control sobre su vida, ya que, de lo contrario, ella sería una mujer indignante e infame. En contraste, Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, una novela escrita por una mujer, presenta a las mujeres de otra manera, una positiva. Se resaltan sus atributos, como la inteligencia, el ingenio, la franqueza y la independencia para tomar decisiones, incluso dentro de las limitaciones de sus roles sociales, sin tener que menoscabar su poder y valor como personas.
Foto de Paolo Chiabrando
Por otra parte, la objetificación de las mujeres también es un fenómeno que persiste y no parece desvanecerse. Se manifiesta tanto en obras literarias clásicas como en contemporáneas y, por supuesto, se refleja en la sociedad de nuestro tiempo, en la que comportamientos misóginos y sexistas se normalizan desde la infancia. El excusar a los niños con frases como “boys will be boys” (así son los niños) para justificar su mala conducta, mientras que las niñas deben cambiar para satisfacer a los hombres, es un ejemplo de esto. Hay que decir que este fenómeno no debería tomarse a la ligera ni mucho menos pasarse por alto, puesto que tiene repercusiones reales, no solo en la literatura, sino en los demás medios y en nuestro entorno.
En clásicos como Drácula de Bram Stoker, las mujeres “malvadas” estaban estrechamente ligadas con la sexualidad y la seducción, por medio de términos como “voluptuosidad” para caracterizarlas. En otras palabras, la maldad parece estar exclusivamente vinculada a la mujer, a su sexualidad y a su erotismo, como si fueran lo único que pueden ofrecer.
El reconocimiento a la literatura feminista no solo desafía los estereotipos de género y brinda un espacio para cuestionar temas tabú y normas sociales, sino que también documenta la transformación en la forma de representar a las mujeres a través del tiempo. Esta evolución se nutre de la percepción actual de la mujer y de los progresos logrados desde la época en las que se les consideraba meras acompañantes de los hombres.