AÍDA, FRIDA Y NANCY ENTRETEJEN UN TEXTO Y NOS COMPARTEN SOBRE LA COLABORACIÓN Y LA REPRESENTACIÓN PARA LAS COMUNIDADES ARTESANALES.

En los últimos años diferentes situaciones han ocasionado que se ponga a discusión aspectos de lo que se entiende, conforman a las comunidades indígenas: entre otras cosas lo que se vive, se hace y se piensa es dialogado en espacios variados. A veces con buena fe y otras tantas con intenciones mucho menos legítimas.

Lo que nos encontramos, sin embargo, es que pocas veces se habla realmente desde este lado de la vida, el que habitamos las mujeres indígenas. Porque hablar de textiles, vida comunitaria, prácticas tradicionales, conocimientos y saberes desde las comunidades, tendría que significar hablar desde sus matices, desde la diversidad de la vida misma, entendiendo que los pueblos originarios también habitamos diferencias y contradicciones. Y que aún en medio de ese cúmulo de disensos es posible, y necesario, construir diálogos que aporten a la búsqueda de vidas más dignas. 

Por ello es que ante la abrumadora e intempestiva discusión que a veces se suscita en plataformas digitales alrededor de los pueblos y los textiles, decidimos tomar un respiro colectivo para tratar de hilar conjuntamente algunos sentires con el único deseo de seguir repensando hacia dónde estamos caminando.

Desde la experiencia en primera persona de Nancy como parte de un colectivo de mujeres ayuujk que trabajan en la preservación del arte textil de Tlahuitoltepec; y de Frida como integrante de un grupo familiar de artesanas hñahñu del Valle del Mezquital; con Aída que cubre un rol como hilandera de palabras de un pueblo en la Mixteca que apenas resiste en el tejido de palma. Desde estas tres experiencias y ante las dudas que nos habitan optamos por reflexiones más colectivas. Porque para quienes se dedican de manera más cotidiana a ello, el tejido y bordado de nuestra ropa tiene implicaciones políticas aunque muchas veces no las dimensionemos. 

La relación entre comunidades artesanales e intermediarios

En diferentes espacios de diálogo con más amigas y compañeras hemos llegado a la conclusión de que, lastimosamente y aunque muchas veces se niegue, para los eventos institucionales y culturales las comunidades originarias estamos para “vestir bonito” y “adornar” dichos espacios. Mientras tanto, las problemáticas persisten en nuestros hogares y comunidades: la falta de acceso a derechos básicos y los intentos de borramiento de quiénes somos son casi cotidianos. A esto se suma lo que se enfrenta al trabajar en el ámbito textil. El regateo constante, la invisibilidad de quienes preservan conocimientos heredados, la burla por lo que se porta y a quien lo porta, el desprecio generalizado. Todo ello es ocultado muchas veces ante la avalancha discursiva y mediática de “sentir orgullo” por “nuestras raíces mexicanas”. 

Entre estas dinámicas de estigmatización y racismo, una relación particularmente compleja y difícil en sí misma, desde siempre, ha sido la que mantienen maestras y maestros con las personas intermediarias que se dedican a la venta de las piezas que se producen. Ante esto, nos parece fundamental retomar la discusión alrededor de este tema, conversación que hemos podido compartir desde hace ya un par de años. Uno de los aspectos que más nos ha hecho ruido es la reproducción de un esquema en donde una persona, que no es artesana ni integrante de las comunidades, recibe gran parte de los beneficios sociales y económicos que vienen con la producción y venta de textiles.

Para explicar más esto: detrás de las prácticas de reventa e intermediación puede replicarse una dinámica vertical en la que alguien les dice a las compañeras qué se necesita para satisfacer el gusto de personas externas a las comunidades. Además, ese alguien consigue que el precio final al que se están vendiendo las piezas sea mucho más alto que el pagado a las creadoras, por lo que en últimos términos hay una ganancia que reditúa mejor a quien hace esa intermediación, que a las propias bordadoras y tejedoras. 

Sumado a lo anterior, se sigue reproduciendo el no dar crédito ni nombrar plena y directamente a quienes realizan las piezas. Y ante las demandas de reconocer a las compañeras y compañeros artesanos, una de las pocas soluciones que se ha encontrado: es poner en una etiqueta con el nombre de la persona y la comunidad creadora. Aunque conocer el nombre de quien hizo la pieza, la comunidad de donde proviene, la técnica con que se realiza y más es un paso cuya relevancia no se niega; pero es necesario señalar que puede volverse una salida fácil para personas, marcas o proyectos que intermedian desde la verticalidad. Así, poner los nombres de las compañeras sin dar los contactos directos de las mismas, en caso de que hubiera la posibilidad de pedirles algo a ellas sin la necesidad de intermediación, es una forma de seguir protegiendo sus beneficios. 

Creemos que el reconocimiento pleno y digno es más complejo que sólo poner los nombres en una etiqueta, pues hacerlo también cae en otra forma de despersonalización. Aún cuando se coloque que el textil lo realizó cierta compañera de tal comunidad, en realidad no sabemos quién es ella: qué rostro tiene, cuál es su edad, qué significa para ella realizar las piezas y que las portemos, qué cosas viven en su comunidad y si verdaderamente la venta de textiles representa una transformación en su vida. 

Pero aún teniendo una mirada crítica sobre lo anterior, no queremos obviar que hay siempre panoramas más amplios. Constantemente hemos platicado, abierto los oídos, para repensar varias cosas y ampliar nuestras miradas; lo que nos llevó también a la reflexión de que para muchos y muchas maestras, la persona que intermedia sí es importante para movilizar las piezas, pues las capacidades necesarias para darse a conocer y vender no son igual de accesibles para cada persona y territorio. Con esto queremos decir que aunque compartimos la idea de buscar, en la medida de lo posible, la compra directa –porque ahí habita además la posibilidad del diálogo con las personas creadoras–, sabemos que hay ocasiones donde eso no es tan viable pues las condiciones en que cada artesana habita no son idénticas: la conexión continua a luz e internet, el manejo de plataformas digitales o el acceso a servicios de paquetería confiables siguen siendo brechas importantes, a pesar de que ha crecido el alcance de estos servicios. 

Entonces, es una realidad que muchas familias dedicadas al trabajo artesanal puedan preferir que terceras personas promocionen, difundan o vendan sus productos por lo difícil que es para ellas, por ejemplo, llevar una cuenta en redes sociales de manera efectiva. Sin embargo, insistimos en que usando esto como justificación, muchas personas se han aprovechado para mal pagar el trabajo y duplicar o triplicar costos para el público. 


En este camino de intermediarios hay todo un abanico de experiencias: desde quienes creen que encontraron el hilo negro vendiendo artesanías y que las van a distribuir en centros importantes para turistas, extranjeros y en puntos como Cancún, Los Cabos, Houston. Con ese tipo de personas definitivamente hemos seguido aprendiendo que no son esos los canales de distribución que nosotras buscamos. Nuestras piezas son más costosas de lo que estas personas están buscando. Sabemos que no son personas que compran nuestras piezas.

También hay personas de “quiero crear mi marca”, he escuchado infinidad de cosas: bolsas, zapatos, playeras, ropa deportiva, sombreros… un montón de cosas que dicen “si les agregamos el telar y el bordado…”, también son personas que a los tres días se cansan de su proyecto porque piensan que quienes nos dedicamos [al trabajo artesanal] vivimos completamente de esto o nos hacemos ricas. Y la realidad es que no. La gran mayoría de artesanas nos dedicamos a la artesanía, pero además tenemos otro tipo de ingresos. Difícilmente también alcanza para tener niveles dignos de vida. 

Hay quienes en su momento han buscado colaboraciones juntas, entonces entre las dos partes creamos texturas, diseños, colores novedosos; de esas experiencias hemos aprendido muchísimo. Algo que siempre dice mi mamá es que ese tipo de experiencias nos ayuda a nosotras mismas a abrir nuestra cajita. Pero tampoco hay La Experiencia digna de replicar y que enseña buenas prácticas, realmente no. Han habido otras más agradables porque son personas que están al tanto de nuestro trabajo, saben lo que implica el telar de cintura, saben que es del Valle del Mezquital, conocen los costos.

También tratan de compartir un poco la historia: esta es una familia dedicada al telar de cintura, en Hidalgo, por más de cuatro generaciones. Son personas, proyectos con los que hay una alianza un poquito más consolidada, no solamente de una vez. De estas experiencias nosotras tenemos ejemplos nacionales e internacionales. Son por estas experiencias que nosotras decimos tampoco es todo blanco y negro en el tema de los intermediarios. Aunque no son Las Experiencias de comercio justo, sustentable y antisistémicas, para nada. Pero son lo que funciona tanto para esas personas, como para nosotras. 


Entretejido a lo anterior, está el tema de la venta directa en diferentes escenarios –ferias, exposiciones e intercambios– donde tampoco es tan simple para muchas y muchos moverse; a veces porque las mismas convocatorias son muy cerradas, y porque una vez accediendo a estos espacios la movilidad de las personas y de las piezas también es complicada: hay un gasto de por medio que a veces puede no ser redituable, es decir, que gasten más en moverse físicamente de un espacio a otro que lo que ganan efectivamente por las ventas. 


Existen los comercios en instancias gubernamentales, cada estado tiene su propia instancia dedicada a vender o a facilitar. Y acá también nos hemos encontrado con las trabas o vicios de lo gubernamental: que se tardan meses en pagar, que se va una persona y llega otra persona y no tiene ni idea de las piezas que se vendieron. Con las administraciones también pasa, se va una, llega otra y las piezas de la anterior quién sabe. También mucho folklorizar… pero son las instancias que ahí siguen y probablemente seguirán. Y representan un camino de distribución, que además en las mejores ocasiones van acompañadas de capacitación técnica, redes sociales y otro tipo de herramientas que nos son útiles.

Creo que son pocos, poquísimos, los proyectos que existen y buscan hacer un comercio o intercambio e intermediación en la medida de lo posible justo; porque al final del día todas estas relaciones están dentro de los sistemas que vivimos. En lo personal creo que no podemos decir de un día para otro: “no más intermediarios”, sino que procuremos en la medida de lo posible alianzas y acuerdos justos. 


Estos factores alrededor de la comercialización de textiles y otras creaciones complejizan mucho más a la figura de la persona intermediaria pues puede ser también aquella que ayuda a movilizar un trabajo que, de otra forma, probablemente no se podría conocer con la misma facilidad; en ese sentido, las ventas no serían tan fluidas para algunas personas que dependen de ese ingreso. Esto no es una justificación, por supuesto, para proyectos, marcas y demás que reproducen de manera muy contundente un esquema que consideramos es de explotación laboral y negación de las vidas y manos que crean los textiles; sino una forma de repensar las relaciones que construimos desde una apuesta más colectiva. 

Representación de los pueblos originarios

En las últimas semanas hemos seguido también las discusiones sobre las representaciones de los pueblos originarios. En principio, nos parece vital repensar y dialogar sobre la construcción discursiva que, a través de las imágenes, se hace de los pueblos originarios. Esta convicción surge de observar cómo la manera en que se retratan a las personas y se elige mostrar a los pueblos, forma parte de una narrativa mucho más amplia y que nos resulta conflictiva; principalmente al tratarse de reproducir la imagen colorida y despojada del contexto comunitario que sólo sirve para abonar a la idea de los pueblos como “cosas” “místicas”, “mágicas”, “puras”, “inocentes”, “folklóricas”. 

Para nosotras eso es parte de toda una enseñanza heredada sobre la supuesta indefensión de los pueblos que se asocia de manera natural al “ser indígena” y que por lo tanto no permite reconocer las desigualdades estructurales e históricas que habitamos las comunidades. Esta indefensión sirve para replicar el imaginario social, especialmente entre gente externa, de las comunidades originarias como “algo” que hay que cuidar y proteger. Prefieren mantener el papel de salvadoras que tratar de entender las estructuras de poder y violencia que se siguen reproduciendo, que apostar a procesos que dignifiquen ampliamente la vida de las comunidades; entendiendo que se habitan desigualdades pero no porque sean inherentes a las personas, sino porque son resultado de un proceso histórico. 

Ver cómo se replican estas nociones folklorizantes y racistas, tanto en palabras como en representaciones, aún cuando se diga que es con “buenas intenciones”, nos llena de enojo. Son estas prácticas las que provocan que en las imágenes y notas que circulan en medios se lleve al olvido a quienes saben de las técnicas de bordado y tejido de la ropa que portamos. Sin embargo, también hemos comprendido que no siempre se puede pelear por esos espacios y lugares porque lo que preocupa son las necesidades básicas en la comunidad: desde ir por hijxs a la escuela, ser madres de familia, cumplir cargos comunitarios, asistir a asambleas, entre otras actividades que son prioridad antes que estar en pantallas. Aunque también es importante reconocer que, especialmente generaciones más jóvenes, han y hemos aprendido a usar la tecnología en favor de nuestro trabajo; por lo que ahora existen cuentas a las que se pueden seguir para conocer los procesos de elaboración, técnicas y trabajo. 

Verticalidad en procesos de trabajo

También queremos mencionar que otra forma de posible verticalidad, proviene de personas “portavoces” o “representantes” que muchas veces no son de una comunidad. Pero que toman la voz e incluso se atribuyen tareas, y con su intención terminan invisibilizando a las autoras y autores de las piezas textiles u otras técnicas tradicionales. 


El caso particular de extractivismo de la muñeca1lo enmarco en la historia de extractivismo que hemos vivido como pueblo hñahñu. Es un síntoma, todo lo que está mal en un caso de extractivismo ahorita pasó y es un foco rojo de hasta dónde puede llegar [esa práctica]. Es de una persona que vino a vivir al Valle del Mezquital y entonces en unos años dijo: “está muy bonito esto”, y en estas lógicas capitalistas y de rapiñas; pues la gente termina reproduciendo un montón de violencias que muchas veces no son nombradas así ya que la persona ha recibido mucho apoyo de la comunidad donde reside. Defienden el proyecto diciendo: “las personas envidiosas que no saben, no tienen idea de lo que cuesta el proyecto, que no aceptan el desarrollo que esto puede traer”.

El posicionamiento de las artesanas es que las personas que nos dedicamos a esto, incluso más personas, pueden hacer sus proyectos con el bordado, con el telar de cintura: ella no es la primera persona y posiblemente no sea la última. Aquí lo que no se vale, lo que se reclama es que registró como propia la iconografía de Flor y Canto. Afirmaban que esto era que únicamente para el empaque, “no se les va a cobrar nada”. Y supongamos que ella no, pero en algunos años ese registro se queda en su familia y sus hijos sí, y ese es un problema que vamos a heredar a nuestros hijos e hijas.

Y hubo un respaldo institucional y gubernamental, de la presidenta municipal de Ixmiquilpan, del gobierno del estado a través de sus funcionarios. El gobierno estatal trata de echarse para atrás, pero esto implica que pusieron al frente de la Subsecretaría de Fomento Artesanal a una persona que no tenía ni idea; ni ella ni nadie de su equipo dijo: “y si esto no está tan bien”. A esa persona le han abierto otros espacios de distribución, y cuántas somos las artesanas que estamos acá y nunca recibimos el mismo apoyo, por qué ella sí pudo tener este respaldo y ahora nosotras que estamos peleando por lo mínimo, lo justo, lo que nos corresponde, ¿nadie se atreve a respaldarnos? Porque claro, eso significa romper el pacto de clase, y eso no les gusta tampoco. 


Otras posible formas de colaboración

Entendemos que este es un tema delicado para muchas personas, pues existen relaciones afectivas con quienes son más públicas o, se dice, “tienen la voz” en nombre de artesanxs; porque muchxs sienten el compromiso de apoyar a quien habla por quienes en determinados momentos no pueden, así que no queremos reproducir polémicas que consideramos no abonan a esta reflexión. Sólo consideramos importante reiterar que no se le debe a nadie el trabajo, ni el conocimiento o el talento pues, en palabras de Nancy: «nosotrxs somos quienes tenemos el telar en la cintura y los hilos en las manos para hablar desde los textiles, con la tierra, con los tintes y con las agujas. Nosotras estamos escribiendo nuestra historia, y quienes nos siguen aprenderán a leernos en esas otras formas de escritura, dejaremos a la imaginación a quienes no están dispuestos a aprender». 

Algunas creemos que son posibles nuevas formas de trabajo, vinculación y comercialización donde se puedan re-construir y cambiar las prácticas de ventas; primero de manera directa, y también con personas intermediarias, marcas, empresas y diseñadores. Eso empieza por entenderse desde la diversidad principalmente, saber que no todas las técnicas textiles ni las comunidades son iguales pues cada una vive bajo contextos distintos y por lo tanto, habría que plantear diferentes formas de colaboración. 

Nos gustaría nombrar un ejemplo de esta posibilidad existente, una apuesta como referencia sobre este tema: Manos del Mar, proyecto textil de San Mateo del Mar, Oaxaca que establece protocolos de colaboración con marcas y personas interesadas en el proyecto. Desde la colectividad toman decisiones con base en las necesidades que identifican; y procuran estrategias horizontales entre proyectos autogestivos y personas de otros contextos y territorios. Lo fundamental es el beneficio colectivo y comunitario. Este ejemplo es una manera, entre otras más, de cómo se busca proteger la dignidad y el trabajo de las mujeres creadoras, una muestra de que otras formas son posibles siempre y cuando exista un interés y voluntad por cambiar las prácticas, poniendo especial atención en los proyectos autogestivos que nacen desde las comunidades. 

Por todo lo anterior tenemos claro que vestirnos con textiles realizados en técnicas heredadas es una forma de resistencia frente a un sistema que despoja, oprime y violenta de formas tan sutiles que a veces se nos hace difícil comprenderlas. Y decimos resistencia porque implica mantener vivas a las comunidades, a la vida colectiva de la que formamos parte; pues el transmitir información sobre las prácticas, sobre las técnicas milenarias de tejido y bordado que son la representación de lo que comprendemos, significa resguardar la historia narrada en simbolismos, iconografías, formas, colores y texturas. Es una forma de narrar la vida. Así entonces, es sumamente importante que se siga escribiendo con los hilos y los colores… sin ello las empresas, organizaciones, personas e instituciones no tendrían de qué hablar, ni qué representar.

1 Hace varias semanas, artesanas hñahñu denunciaron un caso de extractivismo cultural: el de la muñeca Nxutsi, creada por Alejandra Leal. Más información aquí.


  • TEXTO:

    Nancy Vásquez 

    Frida Hyadi Díaz 

    Aída Naxhielly

Fecha de Publicación:
Lunes 22/05 2023